domingo, 6 de julio de 2014

Héctor Plasma

No quería arruinarlo, así que había esperado, y por fin era nuevamente martes. Cada vez que me paraba al principio de la calle me preguntaba si sería la última vez que entraría a ese lugar. Hice una breve recapitulación mental para tener control de ciertas variables, recordé esquemáticamente el plano de la calle, la distancia desde un extremo hasta el otro, la cantidad de locales que tenía que haber, la altura de los edificios. Entré. Lo primero fue revisar un letrero, “Relojería Pasture”, luego miré mi mano, ahí estaban mis dedos, volví a mirar el letrero, “Relojería Pasture”. Nada raro, me habían dicho que si fuese un sueño, algo debería haber salido terriblemente mal en ese ejercicio.
Entonces seguí mi camino con determinación, pero me detuvo de pronto una presencia sombría. Sentí como si los olores se desvanecieran, el aire se sentía helado sólo al respirarlo, en realidad la temperatura no había cambiado, pero algo se sentía como una alteración indescriptible, como si lo que respiraba ahora tuviese vida. Finalmente pasó junto a mí un sujeto pálido con un largo abrigo negro y pantalones negros. Sus pasos largos y pausados eran inaudibles, al mirarlo a la cara daba la impresión de estar flotando. Se desplazó unos metros con la vista fija, sin girar la cabeza en lo más mínimo, entonces se detuvo, se arqueó ligeramente hacia adelante y cerró los ojos un instante. Me pareció por un momento sentir un olor a piedra mojada y escuché un golpecito a mis espaldas, al voltearme, una paloma picoteaba un adoquín como tratando de recoger una migaja invisible de pan atorada. Migajas de pan, me lo imaginé agachado, rodeado de mirlos, partiendo lentamente trozos de pan, todos de igual tamaño y poniéndolos prolijamente sobre el suelo como si se tratara de un ritual. De tanto en tanto echándose un trozo a la boca él mismo, reflexionando una pregunta nunca hecha. Alimentarse no es comer, lo importante es sentir. Al darme vuelta nuevamente, el sujeto ya se encontraba varios metros más allá. Héctor Plasma, te lo presento. ¡Calia! Hola. Me quedé pasmado un momento, Héctor Plasma podía irse a donde quisiera, ver a Calia de nuevo me llenaba de una sensación extraña, casi dolorosa, y a la vez sumamente reconfortante, su presencia me hacía sentir como si estar en cualquier dimensión extraña fuera mi destino. Hola, ¿Cómo estás? Sonrió, señaló a Héctor Plasma. Nunca ha hecho bien ni mal a nadie, nadie sabe mucho sobre él en realidad, pero es impresionante verlo, vi que se comunicó con los adoquines cuando estaba contigo, ¿qué te pareció? ¿Con los adoquines? Bueno, con el espíritu de los adoquines. Finalmente llegó hasta la fuente y se detuvo frente a ella, su silueta se confundía con las mujeres de la fuente, me costaba trabajo verlo, hasta que noté que ya no se encontraba ahí. Esa fue la primera y la última vez que vi a Héctor Plasma.
Vive en la fuente, bueno, algo así, sólo lo hemos visto entrar y salir; algunos dicen que es el espíritu de Mag, pero eso son tonterías. Vine al experimento de sueños en la zapatería, ¿lo has escuchado? El centro de investigación del sueño, ¿y qué te pareció, tus zapatos quedaron bien? No tenía cara de estar burlándose, por un momento me pregunté si era sensato sentirme tan atraído por alguien que vivía en un mundo distinto, no sólo físicamente, me costaba entender lo que decía. Acaso sus costumbres serían aún más extrañas para mí, no me atreví a imaginarnos cocinando la cena, sabía que incluso algo así era una situación que tendría que explorar con apertura de mente.
Me dio la mano inclinándose levemente. Espera, esto,.. Podrías… Inmediatamente me di cuenta de que pedirle su número no me serviría de nada, aunque quizás esa era la solución. Sin embargo qué haría si me daba, de hecho, un número que no pudiere marcar, cómo decirle que no podría llamarla. Mis prioridades eran ridículas, pero las tenía bastante claras, no podía arriesgarme. Digo, podríamos volver a vernos, tomar un café… Estás aquí Roberto. Sonrió. Eso significa que nos volveremos a ver. No sé por qué, pero algo en su respuesta me pareció esperable, quizás simplemente el hecho de que aquí las cosas no tenían sentido, o al menos tenían un sentido distinto. Sin embargo, su certeza era una promesa de esclarecimiento. Nos volveríamos a ver, podía confiar, entonces, en que en algún momento tendría respuesta sobre qué era este lugar, y por qué todo era tan extraño en él.
Camino a la zapatería me topé con Fisk, quien amablemente me acompañó nuevamente al laboratorio. Señor Sailinguer, lo estábamos esperando, el procedimiento es el mismo, póngase cómodo. 

No hay comentarios.: