lunes, 30 de mayo de 2016

Campos de Coralis

-Para quién trabajas.
El olor a salitre y la humedad sugerían que me encontraba en una alcantarilla. Traté de ver alrededor, pero estaba sumamente oscuro. La voz grave inquirió nuevamente.
-Para quién trabajas, Roberto.
El único otro sonido que podía escuchar era el de un tenue flujo de agua, como de una acequia. A medida que me incorporé sentí un fuerte dolor en la cabeza y el brazo derecho, me habían traído a la fuerza. Recordé los destellos en el barrio Nueva York, y los pude ver emerger de la oscuridad frente a mí, junto con una silueta familiar.
-Zóhoro.
-Chiro.
Zóhoro, el sujeto de la voz grave, que aparentemente estaba sentado detrás de mí, se puso de pie y sentí un pesado paso.
-Se abrió, Jarso y Andrea están investigando.
-Quédate con Roberto.
Su pesada figura se desplazó segura en la dirección desde la que había aparecido Chiro, sólo pude ver que llevaba una toga oscura, unos metros más allá sus pasos dejaron de sonar.

Intenté dialogar con Chiro para saber por qué me habían secuestrado, le dije de varias formas que no trabajaba para nadie, explicándole cómo había llegado a Ra’lla, pero todo lo que escuché fue el suave fluir del agua. Finalmente me recosté sobre la roca fría y me dormí.

Una pradera de intenso verde oscuro al pie de una cordillera enorme. Me desperté de golpe mientras Zóhoro me tiraba al suelo inquiriendo:
-¿Dónde estamos?
Me observaba con su ojo severo, el ojo izquierdo oscurecido por una extensa cicatriz oblicua contribuía a hacerlo más intimidante. Con la misma severidad observaría un coco grande y jugoso, la cáscara separada delicadamente, pero con nada más que la fuerza bruta provista por esas enormes manos rojizas. El coco entero le cabe de dos bocados en la boca, pero probablemente toma trozos pequeños y los come de a poco mientras lee filosofía o pasea por un parque lleno de niños jugando y padres que jamás lo verían como una amenaza pese a su llamativo tamaño. Entendí que tenía que dar una respuesta.
-Al sur de Santiago… o al norte… pero…
A primera vista teníamos que estar en Chile, en ningún otro lado se puede ver una cordillera así tras las praderas. Sin embargo pronto se me hizo evidente que incluso para la cordillera de los Andes, estas montañas eran demasiado grandes. No podía ser el sur por esa razón, pero la vegetación definitivamente indicaba que no estábamos cerca del trópico. Aunque las praderas se extendían incansablemente entre montículos y montañas menores, pero no se observaban bosques. Hubiese dicho Magallanes, pero el aire era seco y la cordillera seguía pareciéndome demasiado espectacular.
-Sé que no quieres escuchar esto, pero de verdad que no lo sé.
Su ojo se entrecerró como si pudiera ver más allá de lo que estaba diciendo. Se detuvo a examinar el paisaje. En todo el horizonte había unas tres casuchas, sin embargo la flora del lugar no parecía intervenida, probablemente las casuchas estaban abandonadas. Pese a ello, entre el follaje se alcanzaban a distinguir ciertas divisiones, algo que podrían ser senderos, o bien estos habían sido campos de cultivo hasta hace algunos años. Zóhoro comenzó a caminar dando un gran círculo alrededor del túnel grieta que se elevaba tras de mí desde el suelo, proyectándose infinitamente hasta el cielo. Estábamos sólo los dos en este lugar desierto.
-Son los Himalayas. No es ninguna cordillera cualquiera, son los Himalayas.
Observé nuevamente, tenía sentido, estábamos en Asia.
-Estamos en un campo pelado plagado de Coralis a los pies de los Himalayas. ¿Por qué se abrió el túnel grieta aquí?
Me miró nuevamente con esa severidad que ya parecía no despegarse jamás de su oscuro ojo verde.
-Coralis, el túnel Grieta, Ikghur, Copiáceas.
Comenzó a acercarse a mí.
-¿Qué tienen en común? Todos brillan azul. ¿Por qué?
Su voz profunda me penetró. Me estremecí por un momento, pero no tenía miedo. No era el mismo que hacía un año, no sólo estaba en un mundo fantástico para mí, yo era una pieza fundamental.
-¿Quién eres Roberto? ¿Qué sabes? ¿Para quién trabajas?
-Nadie, para nadie, ¿y tú?
Me puse de pie, mis manos no estaban atadas, me sentí con más confianza aún.
-¿Qué crees que estás haciendo? Me traes aquí como si yo fuera un espía de Vaco. Esto no me interesa, tengo mejores cosas qué hacer. No sé cómo funcionan las cosas, pero tu acto de matón no me interesa.
Su mirada severa se tornó furiosa y su voz profunda, aún más intensa. De golpe me tomó por el pecho y sin esfuerzo alguno me levantó hasta ponerme frente a su cabeza, mis pies colgaban al menos medio metro sobre el suelo y recién dimensioné su tamaño.
-No estás entendiendo… Roberto. Ahora vas a decirme todo lo que sabes.
Intenté zafarme, pero era inútil, su mano era lo mismo que una garra de grúa, no había forma de poder soltarla.
-¡Argh! ¡No sé nada, ye te lo dije!
Con un rápido movimiento me arrojó varios metros más allá y mientras se abalanzaba de un salto continuaba inquiriendo.
-Un tipo que aparece de la nada, que no sabe nada, que aparece y desaparece sin que nadie sepa dónde va… Y que de pronto está enterado de lo que pasa en el mundo sin hablar con nadie… ¿Creíste que no ibas a levantar sospecha?
Al caer, la tierra alrededor se remeció, intenté incorporarme y tomar distancia, pero con la agilidad de un felino me tomó y volvió a arrojarme aún más lejos del túnel grieta. Su poder era impresionante, como un saco de arena me echó a tumbos unas cuatro veces, hasta que finalmente me detuvo con el pie sobre la garganta. Ya no sabía qué decir, qué quería que dijera, suponía que creía que era un espía de Vaco. Quizás algo más, de todas formas ya no podía hablar con su peso sobre mi cuello, él continuaba inquiriendo, pero ya no lograba entenderlo. Pensé que quizás tenía razón. Yo sentía algo extraño en mí, hacía tiempo que yo ya no me sentía yo. Los viajes en el tiempo me habían dado una perspectiva nueva, una desde la que nada parecía lo mismo de antes. Las jerarquías se me habían desdibujado, tal como flaqueaba mi conciencia en esos momentos. Era como si una fuerza interior me hubiese engrandecido, pero nada de eso valía mucho, todo eso quedaba aplastado bajo el pie de Zóhoro. Mientras mi vista se nublaba, lo último que vi fue su silueta oscureciendo el sol.


(no es el fin por siaca, estimados lectores, falta mucho aún :3)