martes, 20 de mayo de 2014

Abre paréntesis

   A la mañana siguiente todo era poco más que una anécdota típica, algo salido de mi cabeza que coloreaba los edificios y llenaba de textura las paredes de los túneles. Fantaseaba millones de historias alternativas que me hubiese gustado vivir en lo que no era más que producto de mi imaginación. Como de costumbre disfruté viendo a los atletas de la combinación de líneas en el metro sobrepasarme en el camino, intentaba adivinar cuáles realmente estaban atrasados; generalmente uno o dos y nunca los primeros. Esos son corredores de profesión y hay que respetarlos, para ellos el sacrificio empieza en el plato de fideos con atún y surtido de verduras, uno que ya no recuerdan a qué sabe pues lo comen tan mecánicamente que no han notado siquiera la particularidad de que el patrón en el que comen los fideos es siempre exactamente el mismo. A veces un espiral se desliza por el tenedor sin ser perforado y ellos no lo notan, raramente este fenómeno se acompaña por dos arvejas perfectamente atravesadas en sus ejes centrales por las puntas externas del utensilio, y cuando ello ocurre, es como un día en el que correr por las escaleras sirve de algo pues encuentran las puertas del metro que no hubiesen podido tomar, esperándolos. Y mientras secretamente me burlaba de ellos, la vi: en realidad estaba Calia ahí. Tenía una mirada más ingenua y sus ropas habían cambiado demasiado, ahora comunes, pero era ella, mi corazón lo supo al instante y mis ojos se hicieron vapor tratando de constatarlo.
 
   Me paré junto a ella, me daba la espalda y no sabía qué hacer. Mi mente revivió la situación mil veces, no podía estar ella realmente aquí, no podía, no podía ser. Y si realmente era ella, ¿tenía acaso forma de reconocerme? En cierta forma, el hecho de que estuviera tan distinta, particularmente esa diferencia en su expresión que reflejaba un aire ahora disminuído y temeroso, me servían de confirmación: no podía ser otra que ella. Supe que debía hablarle, no sólo era necesario descubrir qué estaba ocurriendo, además no me hubiese perdonado jamás privarme de una oportunidad para volver a ver esos ojos. Al acercar mi mano tal como lo había hecho ella tan naturalmente conmigo, mis pies comenzaron a temblar, mi torpe introducción estaba tan nublada que apenas pude notar levemente el tono de su piel. Entonces le expliqué. Necesito que leas esto. Y me miró, pude notar una extrañeza que probablemente era el vestigio del sobresalto con el que deduzco, me miró primero, pero nada de ello importaba: los ojos de Calia, esos mismos ojos ofuscaban el tiempo al rededor y yo no podía creer que los estaba viendo en ese momento, eran realmente sus ojos, era realmente su pelo, era realmente ella. Algo de ella quería reconocerme y no podía, se esforzaba por entender lo que mis palabras le evocaban, y quiso leer, pero nuevamente desapareció. Yo de brazos cruzados inmovilizado por el temblor de sus ojos en todo mi cuerpo simplemente la observé escabullirse entre la gente. Disculpa, me bajo aquí, me hubiese gustado leerlo. Y así el dulce eco de su voz fue todo lo que me quedó, quizás por siempre.

1 comentario:

Mico dijo...

Me gusta que los pensamientos sean los que hablen, que el filtro solo sea el hecho de poder expresarlas.