domingo, 13 de septiembre de 2009

La vida en un cartucho

Jueves en la noche. La chimenea está encendida y el cognac junto a su lectura sobre la mesita. Prefiere el whisky con hielo, pero sería un sacrilegio patético plagiar una imagen tan trillada, por eso también está el bergere de cuero puesto de espaldas a su silla barcelona en un acto de visible desprecio esperando que por fin alguien, algún día entre y lo note.
Siente un suspiro agudo en las tinieblas, con un chasquido llama a Pluma, su única compañera en la soledad. Es inusual que llore, parece como si extrañara a alguien o estuviera triste. Sólo por hoy podrá sentarse en su regazo durante la lectura. Mientras ella se acomoda con la cabeza fija mirando al fuego, él toma el cartucho de escopeta que siempre muerde mientras lee, porque jamás se toma el cognac. Toma el libro con una mano y con la otra acaricia a la criatura intranquila que, mientras se siente manoseada, deja de llorar. De vez en cuando se baja, da unas vueltas como si buscara algo y vuelve. Él ya está viejo para pensar que eso pueda significar algo así que la deja ser, no sin disfrutar fugazmente una difusa ilusión de muerte.
Finalmente ocurre, nadie interviene, simplemente por accidente se traga el cartucho. Un suspiro de desagrado es la voluntad mortal que lo impulsa por la laringe y entonces, recién, se aterra. No logra vomitarlo, intenta apretarse el estómago pero es inútil. Pluma observa moviendo la cola impaciente sin entender. Lo ve luchando sólo, no sabe contra qué, pero espera que gane. Sin embargo él lentamente se da cuenta de que no hay más que hacer. Ve el vaso con cognac y la única palabra que le viene a la mente es: indecoroso. Se sienta en su sillón a retorcerse tranquilo en la espera, sería perfecto que el can se acomodara ahora en su regaso a esperar con él.

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