lunes, 26 de mayo de 2014

El Gordo y lo flaco

   Varios días pasaron en los que salí de mi casa sólo para lo estrictamente necesario, y el resto del tiempo me dediqué a reflexionar sobre las cosas. Necesitaba saber si Calia era real o producto de mi imaginación, sin embargo no era posible; pronto descubrí que eso no era algo que debía saber, sino una decisión que tenía que tomar. La verdad la podría descubrir más tarde. La decisión era más simple de tomar, y en cuanto tuve la fuerza para hacerlo, salí a un mundo en el que Calia no existía.
   
   Me atreví a volver a Nueva York, sólo para recordar. Me había convencido de que las personas que vi aquel día no estarían y me preguntaba qué podría encontrar. En cierta forma tenía inquietud por conocer la verdad sobre esa misteriosa calle, esa verdad que está disponible para todos, menos, a veces, para mí. Automáticamente caminé hasta el lugar donde estaba el local en el que vi al sujeto gordo, decidí partir mi reconocimiento allí. Me pareció que lo mejor era estar lo más convencido posible de la calidad onírica de mis recuerdos sobre el barrio, por eso decidí ir directamente a un local que podría recordar y convencerme de que el barrio que recorría ahora no era el mismo en el que había estado antes. Confieso que aún con desilusión producto de una esperanza infantil, quizás de no estar loco, o quizás de que alguna magia en el mundo fuere real, fue que llegué a una simple reparadora de calzados. Le eché una mirada, tenía toda la cara de estar ahí desde hacía muchos años, al menos me reconfortaba ver que aún conservaba la capacidad para reconocer el mundo real. Me di la vuelta para echar un vistazo al resto de los locales y mientras lo hacía escuché el ruido de la puerta abriéndose tras de mí seguida por una voz más arrastrada que grave ¿Viene por el anuncio del experimento? Justo nos desocupamos con la última voluntaria, me llamo Fisk. ¿Es idea mía o aquí no todo es real? Ahí estaba el mismo gordo, Fisk, su nombre no podía sino ser una señal... ¿de qué? ¿Una señal conspiratoria, o una señal de Calia? O simplemente una señal de que estaba en el lugar correcto, pero correcto para qué. N-- Sí, vine por el anuncio. Ya había cruzado el portal ¿qué portal?, tenía que seguir el juego de esta curiosa dimensión. Ah qué bueno, soy Fisk. Ya me había dicho este jetón. Soy Roberto. Pasa por aquí Roberto, voy a buscar al doctor. ¿Doctor? Pero esto es una zapatería. Sí eh-- bueno sí, espera un poco, el doctor ya viene.
   
   Albers. ¿Cómo, Alberto? Albers, qué bueno que vino señor... Zeitlinger, Roberto Zeitlinger. Acompáñeme por aquí señor 'Sailinguer'. Albers, ¿zapatero o doctor? Un sujeto de bata gris clarísima con una modesta cabellera blanca amarrada atrás para no molestarle mientras come su lasagna bolognesa. Provisto de un tenedor demasiado alargado y extremadamente recto recorta el bloque de lasagna en las partes exteriores recogiendo cualquier trozo de carne que cae al plato y dejando siempre una figura regular; de esta manera mantiene la temperatura y la apariencia bien cuidadas. Me detuve un instante en el olor a betún impregnado en su bata, probablemente más zapatero que doctor, o al menos le debía gustar más. El sujeto tenía cada vez menos sentido para mí. Tras una puertecita de madera parcialmente al descubierto bajo la pintura blanca descascarada, a la que resultaba especialmente incómodo llegar, apretándose para pasar por la barra de atención, y a través de la que apenas cabía una persona erguida, me encontré en una sala completamente oscura y con un olor totalmente distinto, como a envoltorios de plástico nuevos. Al cerrar la puerta sentí como si nos hubiésemos transportado lejos, entonces se iluminó la habitación y noté que las paredes estaban cubiertas de espuma para aislar el sonido y al centro un sillón como el que usan los dentistas junto a un curioso aparato lleno de cables que parecían tentáculos. En unos minutos podremos comenzar, sólo tengo que preparar los archivos de lectura en el ordenador. 'Sailinguer' no es un apellido común. Ahm, es austriaco, mi abuelo llegó a Chile en los tiempos de la Alemania Nazi. Me miró con sospecha y mecánicamente contesté anticipando la duda. No, no soy judío, es-- Muy bien señor,.. Sailinguer, necesito que firme aquí y podremos comenzar. El documento no tenía nada de raro, me pedía mi autorización para medir mi actividad cerebral mientras... ¿dormir? ¿Tengo que dormir durante una hora? Me parece que eso quedaba bastante claro en el anuncio, ¿algún problema señor Sailinguer? Hm, no, es, no es nada. Muy bien, por favor póngase cómodo, por norma la almohada está recién lavada, una vez que se haya dormido comenzaremos las mediciones, usted no necesita preocuparse por nada. Con cierta desconfianza entrecerré los ojos un rato pensando que en cualquier momento este tipo saltaría sobre mí con un cuchillo. Finalmente, quizás sumido en la fantasía de estar medio durmiendo, pude convencerme de estar en una dimensión distinta a mi realidad. En alguna parte tenía que haber un portal escondido que yo estaba cruzando desde la calle Nueva York, y en tales circunstancias, dormirme en presencia de este sujeto era realmente lo menos descabellado de todo.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Muchas veces he hecho "sacrificios por amor" en los que me privo de algo huevonamente por una razón completamente imbécil que se me ocurrió cuando perfectamente podría no privarme. Y siempre gozo con ese sufrimiento estóico de lo romántico que es ponerme una barrera huevona para no tener algo.
Siento que el "sacrificio por amor" que empecé a hacer ayer es el primero que hago que no es tan huevón y en el que en realidad se justifica privarme de algo... y es el que más duele.

martes, 20 de mayo de 2014

Abre paréntesis

   A la mañana siguiente todo era poco más que una anécdota típica, algo salido de mi cabeza que coloreaba los edificios y llenaba de textura las paredes de los túneles. Fantaseaba millones de historias alternativas que me hubiese gustado vivir en lo que no era más que producto de mi imaginación. Como de costumbre disfruté viendo a los atletas de la combinación de líneas en el metro sobrepasarme en el camino, intentaba adivinar cuáles realmente estaban atrasados; generalmente uno o dos y nunca los primeros. Esos son corredores de profesión y hay que respetarlos, para ellos el sacrificio empieza en el plato de fideos con atún y surtido de verduras, uno que ya no recuerdan a qué sabe pues lo comen tan mecánicamente que no han notado siquiera la particularidad de que el patrón en el que comen los fideos es siempre exactamente el mismo. A veces un espiral se desliza por el tenedor sin ser perforado y ellos no lo notan, raramente este fenómeno se acompaña por dos arvejas perfectamente atravesadas en sus ejes centrales por las puntas externas del utensilio, y cuando ello ocurre, es como un día en el que correr por las escaleras sirve de algo pues encuentran las puertas del metro que no hubiesen podido tomar, esperándolos. Y mientras secretamente me burlaba de ellos, la vi: en realidad estaba Calia ahí. Tenía una mirada más ingenua y sus ropas habían cambiado demasiado, ahora comunes, pero era ella, mi corazón lo supo al instante y mis ojos se hicieron vapor tratando de constatarlo.
 
   Me paré junto a ella, me daba la espalda y no sabía qué hacer. Mi mente revivió la situación mil veces, no podía estar ella realmente aquí, no podía, no podía ser. Y si realmente era ella, ¿tenía acaso forma de reconocerme? En cierta forma, el hecho de que estuviera tan distinta, particularmente esa diferencia en su expresión que reflejaba un aire ahora disminuído y temeroso, me servían de confirmación: no podía ser otra que ella. Supe que debía hablarle, no sólo era necesario descubrir qué estaba ocurriendo, además no me hubiese perdonado jamás privarme de una oportunidad para volver a ver esos ojos. Al acercar mi mano tal como lo había hecho ella tan naturalmente conmigo, mis pies comenzaron a temblar, mi torpe introducción estaba tan nublada que apenas pude notar levemente el tono de su piel. Entonces le expliqué. Necesito que leas esto. Y me miró, pude notar una extrañeza que probablemente era el vestigio del sobresalto con el que deduzco, me miró primero, pero nada de ello importaba: los ojos de Calia, esos mismos ojos ofuscaban el tiempo al rededor y yo no podía creer que los estaba viendo en ese momento, eran realmente sus ojos, era realmente su pelo, era realmente ella. Algo de ella quería reconocerme y no podía, se esforzaba por entender lo que mis palabras le evocaban, y quiso leer, pero nuevamente desapareció. Yo de brazos cruzados inmovilizado por el temblor de sus ojos en todo mi cuerpo simplemente la observé escabullirse entre la gente. Disculpa, me bajo aquí, me hubiese gustado leerlo. Y así el dulce eco de su voz fue todo lo que me quedó, quizás por siempre.

lunes, 19 de mayo de 2014

Oda a las verguillas


A ti te hablo, protuberancia expeledora de fluído blanquecino que tanto placer me das al apretarte.

Mientras más espinillas en mi área púbica aparecen, más penes tengo.
Y mientras más poblado estoy de pequeños penes,
más airoso se yergue Gulliver
sorteando los lazos que,
sin éxito intentan asirlo.

(¿Poema? Antiguo que durante mucho tiempo busqué y ahora descubrí que estaba en otro blog, así que lo exporté a mi blog principal)

El misterio de conocer a alguien

¿Por qué será que ningún aspecto de una persona, por maravilloso que sea, puede ser mejor que no conocerla?

viernes, 16 de mayo de 2014

Todavía no tengo título para éste

Parecía una mañana como cualquiera, me duché tranquilamente, disponía de tiempo suficiente para llegar a la universidad. Tengo la rutina de apagar la luz del baño y encender una (o varias) velas, la luz tenue e irregular me resulta muchísimo más relajante. Sin embargo al salir de la ducha noté una situación particular llevándose a cabo en ese mismo momento y en esa misma habitación húmeda. Una particular tensión se había provocado con el paso de ciertas materias a ciertos estados. Centré mi vista en una particular figura anaranjada, -yo no lo sabía aún- en la cúspide de su fálica figura se llevaba a cabo una pugna en la que una decena de fuerzas se oponían con todo su ímpetu. Al borde de lo que me parecía un abismo, una frágil masa líquida se asomaba incapaz de contenerse a sí misma, a punto de ser expulsada al precipicio por su propio peso.  Al principio me pareció sólo eso, esperé a que la primera gota se escurriera llevándose con ella a todas las demás y me ofrecieran el espectáculo de un derramamiento progresivo producto de la erosión acelerada que ellas mismas causarían, sin embargo el tiempo comenzó a escurrirse en vez del misterioso líquido que desafiando mis expectativas, se aferraba a su estabilidad con fuerzas desconocidas. El primer minuto voló, no sabía cómo, pero la situación se veía cada vez más frágil –como si acaso fuere posible-, lo único que escurría sin control era el suspenso desalmado en el que ya me encontraba sumergido. Ya había perdido demasiado tiempo esperando, pero la incertidumbre era peor que cualquier consecuencia, cómo podría saber a estas alturas si la cera estaba a punto de derramarse, así como parecía estarlo desde el principio; por otra parte, esta idea parecía estar atrapándome de a poco en una trampa que podría significarme un encierro eterno en ese baño.
Un pensamiento cruzó mi mente, sólo un empujoncito, nada más. Me decidí, acerqué mi dedo, y no pude hacerlo. Estaba condenado, jamás saldría de ese lugar, así que decidí seguir secándome mientras me preparaba para aceptar mi nefasto destino. Me imaginaba cuando tras algunas semanas encontraren mi cadáver cada vez más paciente siendo contemplado por una burlesca masa caliente o fría que nunca revelaría su misterio. Finalmente, cuando ya me encontraba completamente resignado, sentado observando la escena como un can en la perrera observa sus captores, ocurrió. Una simple gota se derramó y junto con ella muchas más, me habían liberado, sin embargo no me sentí libre, mi temple ya había flaqueado y nunca volvería a ser el mismo. Me vestí y salí.

jueves, 15 de mayo de 2014

Nueva York

   Ese día había salido de clases más temprano y decidí tomarme la tarde para mí. Esto generalmente significa salir a vitrinear diversos locales, siempre novedosos, del centro de la capital. A veces un pasaje o una galería particularmente oscuros me invitan a recorrerlos, a veces la perspectiva extraña de una calle diagonal me obliga a desviarme, y otras un puente fuera de contexto o una casa perdida entre los edificios me obligan a olvidar mis propósitos. En cualquier caso, las calles del centro siempre tienen alguna forma de seducirme a disfrutarlo en sus particularidades inadvertidas. Con el tiempo llegué a darme cuenta de cómo fue que ese día me engañó para caer en esta trampa.

   La calle Nueva York se veía especialmente vacía, algo en ese silencio visual me resultaba atractivo, misterioso y a la vez peligroso. Me adentré al lugar que había visitado mil veces como si iniciara una aventura nunca antes emprendida. A veces me admito a mí mismo que la sugestión es algo bueno para darle un tinte cinematográfico a la aburrida vida que llevo, típico de un día así: mi primer paso sobre el adoquín se llenó de sospecha ante el descolorido aspecto de los edificios. El segundo paso temiendo una conspiración en la que probablemente participaba el viejo que entraba a la relojería en ese momento. Conspiración y relojería, pensé, dos elementos que combinados hacen que las cosas no se vean bien para mí, y me sonreí; hoy dudo de todo lo que pensé, por supuesto. Hoy me pregunto si todo esto es mi culpa, si por algún arte mágico mis cavilaciones produjeron todo lo que ocurrió, si fue mera coincidencia, o si, por una vez, mis sospechas eran reales. Ciertamente tras pocos minutos ya había olvidado mi actitud inicial y simplemente me había sumido en mi admiración por la arquitectura del lugar, como suele ocurrirme. Al pasar un árbol noté en un local un hombre que me hacía señas, me preguntó si buscaba algo en particular, lo miré extrañado unos instantes y le respondí que no, entró al local y siguió conversando con un sujeto gordo que me recordó a un personaje temible pero tosco de una serie infantil. Imagino que le gusta la cazuela tibia, lo veo salpicando el líquido grasoso en su individual plástico, nunca sin pedir otro plato con un simple gesto "¿más?" al que su madre accede a regañadientes. Me quedé un rato pensando hasta que alguien tocó mi brazo, no eres de por aquí, ¿verdad? Metro setenta, con su silueta delicada oculta sutilmente bajo un abrigo café antiguo, pero muy bien cuidado y pantalones de vestir beige que en contraste con el conjunto del sombrero más oscuro, como si quisiera creerse una detective en Londres de 1850, resaltaban sus colores naturales. Pelo castaño claro y  completamente liso, los ojos y la piel eran las almendras tiernas en una pizza que aparte tenía zapallo italiano, queso azul y champiñones, una interesante mezcla de ingredientes para una mujer aún más interesante, probablemente prefiere servirse trozos delgados y comerla sólo con tenedor, cortando los bocados del tamaño adecuado, de esa forma puede entablar una de sus emocionantes conversaciones y comer a la vez, sin perder el control sobre ninguno.

   Yo diría que sí, soy de Providencia. Su expresión parecía preguntarme si aquello era una broma o si la estaba poniendo a prueba de alguna forma, inmediatamente noté su perspicacia, me tomó del brazo y me acompañó hasta la fuente. Soy Calia. Calia, qué bonito, no lo había escuchado nunca, soy Roberto, mucho gusto. Los nombres inusuales no me agradan, pero el suyo le quedaba perfecto. Su mirada aún inquisidora parecía disfrutar de una situación enigmática. Encantada, bueno Roberto, creo que debo irme, espero que volvamos a vernos. Ciertamente lo esperaba yo también, pero no pude reaccionar, y por un instante evalué qué tanto valía la pena haberme perdido la apreciación arquitectónica de la mitad del lugar por estar concentrado en esta mujer, en fin, seguí caminando. De pronto noté cómo el paseo se había llenado de gente, gente apurada, el paseo se había llenado de prisa. Huí.

jueves, 8 de mayo de 2014

(GRIETA)

   Una montaña sobre otra, el cielo pintado de gris verdoso se aleja de mí como aterrado, como si supiera de qué se trata. El barranco de la primera montaña y las otras que me observan desde arriba con desdén. Yo me lo busqué, y encontré este lugar perfecto, un lugar de cielos e infiernos, todos lejos y tan cerca en su desprecio. A penas puedo recordar el sinuoso camino que me trajo hasta aquí, pero una cosa me quedó clara: sólo viniendo hasta acá se puede conocer un lugar como éste y en este momento entiendo, una vez que llegas no hay forma de volver.

   Siento la roca fría en mi espalda, imagino que tocar el suelo allá lejos es una sensación similar, imagino que tocar el cielo allá lejos es una sensación similar. Estoy atrapado con estas desoladas y desinteresadas amistades, pero me siento en una planicie, lo único real es el abismo. Siento como si estuviera parado al borde del abismo con un abismo igualmente insolente a mis espaldas, un abismo que necesitaría para darme vuelo y correr y saltar al cielo, para no caer nunca... Si el cielo no se aterrara tanto por mis intenciones. Pero yo sé a lo que vine, mis brazos se endurecen y se me aprieta el pecho. La curvatura de mi cuerpo es igual a la curva del horizonte mientras deslizo mi vista sobre mis pies hasta el fondo inclemente, no hay nada que ver. Aquí no hay nada, en el vacío quedan mis pensamientos, mis temores y si aún tuviera, mis anhelos. Lo siento en cada pelo de mi cabeza, desde mis hombros parte un impulso casi natural, como si un trébol creciera desde la planta de mis pies empujándome tan lenta y suavemente, hacia arriba, hacia abajo, hacia ningún lado. Mi cabeza vuelve como absorbida por mi pecho y mi espalda deja de ser huesos hasta que de pronto, casi sin sentirlo, estoy cayendo. El arte de los vientos que recorren mis ropas ingenuas me reconforta y me hace saber, como falsamente, que todo va a estar bien. Me he dejado llevar, no sé bien si por mí mismo, a esta situación. La caída es larga y la puedo enfrentar con entereza si me lo propongo. Asumo una posición erguida y abro los ojos, el aire en mi cara a penas me deja ver algo del suelo aún lejano acercándose cada vez más rápido. ¿Cómo llegué aquí?

Bobi Gerstmann y el queso

Bobi Gerstmann acostumbra comprar queso para los sangurulos. Generalmente cuando llego a casa y comienzo a percibir las varias señales que me indican que Bobi estuvo en un supermercado y las despensas rebosan de deliciosos y poco nutritivos contenidos, el queso, uno de los favoritos, viene en láminas y en paquete de plástico. He aprendido viviendo con Bobi varias cosas sobre el queso, y también varias cosas sobre la relación entre el queso y Bobi. En primer lugar aprendí que el queso no dura para siempre, y que es necesario evitar que le salgan hongos y que se seque para aprovecharlo lo mejor posible; en segunda instancia aprendí que no importa qué tan "fácil de abrir" o resellable" sea un envase, Bobi Gerstmann siempre encontrará una forma de torcerle la mano al sentido común. Sin embargo esa no es la historia que he venido a contar hoy (puesto que aquella me dejó tan perplejo, que jamás daré con las palabras para relatarla), el episodio de hoy se acerca más a algo posible de comprender por la mente humana.
Para entender a Bobi, quién pese a ser muy extravagante, realmente se esfuerza por hacer las cosas bien de mala forma, tomemos en cuenta que se ha acostumbrado a mis hábitos de envolver el queso en papel plástico para protegerlo de las inclemencias del refrigerador (aunque en realidad también es para protegerlo de las inxeplicables conductas o acontecimientos [sólo por usar un término más exacto, ya que escapan a toda lógica humana] de Bobi Gerstmann). Ahora bien, todos sabemos que el queso que no viene en envase plástico fácil de abrir y resellable, lo entregan en una conveniente bolsa plástica que además tiene un trozo de papel mantequilla para mantener el queso en óptimas condiciones. No obtante, tal fue mi impresión al abrir la bolsita, retirar el papel mantequilla... Y encontrar el queso envuelto en papel plástico. Sólo me quedó una exclamación que ya me es típica ante este tipo de sucesos: ¡Bobi Gerstmann!

miércoles, 7 de mayo de 2014

Por qué los aztecas eran la raja

LITERALMENTE, yo les explicaré por qué

1) En español: porque Azteca es el apócope de "Hazte caca"
2) En inglés: porque Aztech es el apócope de "Ass technology"