miércoles, 29 de marzo de 2017

Sueño 9

-¡Roberto!
-¡Onon! No te había reconocido.
-¿Cómo van las pruebas?
¿Las pruebas? Tengo cosas más importantes de qué preocuparme en este momento. Onon se ve sumamente relajada, sacando un paquete de galletas que tiene con un extremo amuñado en su mochila. Me sigue sorprendiendo verla volver a poner el paquete dentro, dejando a la vista nada más que una pulcritud aparentemente intacta. Incluso me dan ganas de pensar que es un ritual compulsivo, aunque más bien me da la impresión de tener un excelente sentido de sus propias necesidades biológicas. Las pruebas… Historia de la psicología, Ser humano como sistema biológico, Teoría de la comunicación, Estadística II, Investigación IV, las pruebas de fin de semestre.
-Todo tranquilo, se hace lo que se puede. ¿Cómo vas tú?
-Me tiene complicada la prueba de Estadística. Estoy segura de que me lo voy a echar.
Qué patrañas, Onon tiene el mejor promedio de la carrera, dice que nunca ha sido científica, aún así nos ayuda a estudiar estadística a los demás. Yo debería estar más preocupado. Hace semanas que no visito la tierra, ni siquiera estoy seguro de la materia que estamos viendo. He estado completamente absorto en Ra’lla, me pregunto si ha sido una mala decisión. Sin embargo los sucesos en ese mundo paralelo me dan un sentido, tengo un impacto y una función, y son importantes. En la tierra soy nadie, un estudiante más que discute las pruebas con Onon.
-¿Te había dicho que te pareces un montón a Miranda Cosgrove, la actriz?
-Como cuatro veces ya.
Suelto una carcajada, es verdad, siempre hago lo mismo.
-Pero no te conté que te puse en mi libro, ¿verdad?
-¿En serio? Creí que habías dejado de escribir, de dónde sacas tiempo.
-Así es, eres una agente encubierta para un grupo revolucionario.
Ella sonríe, obviamente se está imaginando a sí misma en Chile en la década del 80; a veces me pregunto si realmente puesta en ese lugar habría tenido las agallas de hacer todo lo que se le viene a la mente en estos momentos.
-¿Y a qué debo ese honor?
-A tu nombre nomás, me gusta tu nombre, le pega a la historia.
-Bueno, obligada a leerlo entonces. Me vas a tener que mostrar donde salgo. ¿Cómo está tu polola?
¿Mi polola? La imagen de Calia se me viene a la mente de inmediato, pero por qué. Primero Calia y ahora Onon. No puede ser coincidencia encontrar dos contrapartes en ambas dimensiones. Mi mente se detiene a divagar al respecto mientras su pregunta resuena en el fondo de mis pensamientos. ¿Estoy pololeando? De alguna forma no puedo dar con una respuesta, no puedo decir que mi polola está bien, no puedo decir que estoy soltero. Algo no cuadra, y pese a ello tengo una sensación de vacío patente que me sugiere que siempre he estado solo.

Me retiro pensativo. Casi había olvidado mi vida antes de Ra’lla. Dónde estoy o dónde tengo que estar. Cierro los ojos para concentrarme en el campo de flores, no sé dónde está ese campo de flores, pero cuando me imagino en él siento completa serenidad.
Al abrir los ojos estoy ahí, no siento haber viajado, no siento haber usado los poderes que los experimentos de Albers me han dado, aún así la sensación es vívida. El paisaje me parece extrañamente más familiar, me recuerda a los campos de Coralis, aunque las montañas en este paisaje son significativamente más modestas. Me concentro en la imagen de Calia, como una sensación de destino que nos une. Visualizo su figura y la hago presente en el paisaje, recuerdo haber visto esa figura en sueños de este lugar. Pero por qué; por qué ella. Apenas la conozco, ¿acaso tan fácilmente me despierta sentimientos…? No, no es eso, algo en ella me produce atracción, pero a la vez me infunde miedo y cuidado. Algo en su misterio me cautiva, a la vez que me hace estar alerta.
Finalmente despejo las emociones de mi mente y me dejo ser parte del escenario, mis pies son como estolones y se mezclan con las raíces de las flores. Estos campos permanecieron prístinos por centenarios, hasta que el hombre urdió el progreso más primitivo en ellos mutándolos con sus dedos ingenuos. Primero una pequeña porción de la vegetación sucumbió a la migración del bípedo manchándose de entrópicas rectas y curvas a las que pronto llamaron caminos. Poco después naves alienígenas se posaron súbitamente por aquí y por allá, eran las viviendas humanas construidas azarosamente en la medida que sus habitantes juzgaran adecuado. Las flores sobrevivientes, ya parceladas fueron arrancadas en porciones que les parecieron no obedecer a ley alguna, sin saber que dichas porciones habían sido designadas arbitrariamente por los mismos humanos, quienes se habían apropiado de sectores definidos a ser administrados equitativamente. Así fue como el paisaje rápidamente mutó del amarillo eterno al café de la tierra, aunque sólo brevemente, para recibir el verde de sus plantaciones, las cuales recibían a distintas épocas una pequeña variedad de colores que alegraban el entorno con su entusiasmo antes de ser cosechados para dar paso al siguiente ciclo. Un sector se tornaba rojo y otro dorado, algunos permanecían verdes todo el año.
El reinado humano duró varios centenarios también, hasta que la naturaleza violentamente volvió a reclamarlos para sí. En pocos años y como una pandemia que se expande heterogénea, pero sin piedad en absoluto, sus campos fueron arrebatados por el distintivo verde turquesa que hasta hoy perdura y que ahora siento como un recuerdo patente en mis venas.

-¿Me escuchas?
Una voz familiar me invitaba a incorporarme. Otra voz me interpeló desde lejos.
-¿¡ Roberto!?
Era la voz de Calia.

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