Lo he visto en los pasillos, a veces sonriente, a veces malhumorado, a veces apurado. He oído muchas cosas sobre él, cosas que veo, cosas que veré, cosas que no veo.
Se sienta con condescendencia, expectante. Algo en él me hace sentir que esto no es una conversación, esto es una batalla. Aquí no hay un intercambio, aquí se lleva a cabo una competencia, de esta sala uno sale vencedor y el otro dominado. Es cierto? Si lo es no puedo perder ni ganar, en ambos casos participaría de un juego que no he venido a jugar. Un minuto de bullicioso silencio acomoda su sonrisa, ha decidido invertir menos esfuerzo que de costumbre en la aquiescencia, es buena señal para mí, me ha subestimado y eso es exactamente lo que necesito.
La primera palabra es crucial, el tono de voz, la velocidad, el volumen, mi postura, todo juega un rol fundamental, si no lo atrapo con la primera palabra será brutalmente difícil que confíe en mí.
Me echo hacia atrás, y lo miro intensamente, no demasiado; reflexiono genuinamente. Me vuelvo a echar hacia adelante apoyándome casualmente sobre un costado y con un tono ligero y seguro.
-Vamos a aclarar antes que todo de qué se trata esto...
Tras un par de segundos veo en su postura la intención de decir algo, pero falta lo más importante, aún no le he hecho saber que mi interés es dejarme a mí mismo fuera combate. Apresuro el discurso brevemente sin cambiar el volúmen, intensifico ligeramente la mirada inclinándome hacia él y salto fuera del cuadrilátero con el sigilo y el desinterés de un gato.
No importa qué quería decirme, se haya ahí solo en una victoria incómoda y luego de sólo un segundo se ha dado cuenta, esto es lo que siempre quiso, no una victoria, no un cadáver ni un séquito junto a él, sino un casillero lleno de espejos en el cual mirarse.
Y así se mira, en mis ojos de espejos, y a través de ellos se dice a sí mismo
-Puedo ser brutalmente honesto, también conmigo mismo.
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