jueves, 20 de junio de 2019

CF

-No soy muy bueno con los niños.- Advierte él de inmediato.
-Está bien, nadie nace sabiendo.- Le reconforta ella.
-Hola.- Dirigiéndose al niño.
El niño observa al hombre con desconfianza, casi con enojo. Para el hombre el niño es lo mismo que una criatura salvaje con instintos primitivos a la que debe cautivar.
-Quiero ser amigo de tu madre. ¿Me darías permiso para ser amigo de tu madre?- Sugiere audaz mientras su corazón se sobresalta. Se queda con la vista fija en el niño pese a sus deseos de mirar a la madre para buscar su desaprobación. Estima que el contacto visual es importante en el primer contacto con un animal silvestre, puede confiar en sus otros sentidos para advertir un suspiro o exclamación de la madre como seña de que lo que hace es una aproximación inadecuada. La falta de respuesta de ella lo tiene intranquilo, pese a que racionalmente lo recibe como una indicación positiva.
-No.- Espeta finalmente el niño con seguridad.
-¿Entonces puedo ser amigo tuyo?- Ni él mismo sabe de dónde ha salido eso, pero realmente desde el principio del intercambio su guía ya se había terminado.
El niño lo mira confuso sin perder el contacto visual. Lo registra de arriba a abajo con la mirada. Ambos saben que en realidad no está evaluando nada, sólo gana tiempo mientras busca una escusa para descartarlo por completo.
-¿Sabes jugar a la pelota?
-No, pero sé bastante sobre dinosaurios.
Los ojos del niño se dilatan mientras sus labios se extienden y su lengua comienza a posarse sobre los dientes superiores en un acto casi reflejo que es interrumpido por ninguna otra cosa que una inquebrantable testarudez de hierro.
-Lo pensaré.
El niño se da media vuelta y entra a su casa, dejando al hombre con su madre.
-Perdón. Te dije que soy malísimo.- Se arrepiente él.
-Lo hiciste fantástico.- Le asegura ella.

No hay comentarios.: