Entre tanto, en Nueva York, Jarso
y Andrea conversaban con transeúntes alrededor de una mesa con aromáticos panfletos.
Repartían hojas de papel con detalladas imágenes, ilustraciones que parecían
tan reales como una fotografía, explicando la actividad de Vaco, resaltando
anomalías ecológicas y denunciando el defecto inmanente de quien quiere jugar
contra las fuerzas de la naturaleza. Varios togas dispersos por el lugar
repartían los panfletos invitando a los incautos ciudadanos a acercarse a
escuchar los relatos.
No entendían nada, tras todo su
esfuerzo, habían decantado en tal patético cliché. De todas formas no tenía
mucho caso, finalmente los togas no tenían realmente mayor capacidad para
contribuir de alguna forma en lo que realmente importaba. En cierta forma ambas
cosas eran relevantes, ellos apuntaban a derribar a Vaco, nosotros a salvar el
destino del mundo: era un tema de prioridades. Este tipo de cosas eran las que
lentamente me hacían comprender mi lugar en el mundo, en este mundo, mi destino,
y las grandes cosas en él.
Para ellos Vaco era una empresa
más con inclinaciones corruptas, desde esa perspectiva el objetivo no era más
que derrocarla de manera de detener su actividad por medio de la extirpación
del incentivo lucrativo. Incluso teniendo en cuenta que los peligros hasta ese
punto se bifurcaban lejos de las consecuencias comerciales, algo de razón tenía
suponer que Vaco seguiría significando un efecto ecológico nocivo luego de
acabar con sus intenciones de manipular las fuerzas de la naturaleza. En
definitiva, la acción de los togas, al menos, no era del todo fútil.
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