-Eso sería todo, hija querida.
-¿Crees que le tengo miedo a este
corbículo?
-No es Roberto del que tienes que
tener miedo.
Albers amarrado todavía sobre una
especie de camilla metáica parecía especialmente calmo.
-Qué crees que va a pasar,
Sithuria, no tienes poder contra estos dos, no tienes más trucos. Entrega el
orbe y olvídate.
-¡No!
Los dos tipos con rifles parados
tras ella no pudieron ayudarla tampoco, en cuanto detuve el tiempo para hacerme
cargo, noté que Chiro ya había derribado a uno, al volver el tiempo Calia nos observaba
impotente sobre ambas copiáceas junto a ella. Asía con especial afán el orbe
metálico que había extraído del laboratorio de Albers.
-¡Se los advierto!
-No le hagan caso, ya no le
quedan trucos. Podemos terminar con esto.
No fue problema para Chiro
recuperar el orbe de los brazos de Calia mientras yo liberaba a Albers.
-Calia, ¿de qué se trata todo
esto? Tú sabes que para mí este mundo es extraño, pero te encuentro una persona
inteligente, sensata. ¿No te das cuenta de lo ridícula que es esta
conspiración?
-Claro Roberto, tú llegaste por
casualidad y ahora tienes poderes sobrenaturales. ¿Qué te parece eso?
-Bueno… no es el punto.
-¡El punto es que las
posibilidades son ilimitadas!
Albers se mantenía al margen,
entonces algo se movió dentro de él, algo sobre la infinidad de posibilidades
le picaba una sensibilidad antigua.
-No entiendes Sithuria, antes de
todo esto las cosas estaban bien, antes el mundo estaba sano, feliz. Todo
empezó con los coralis, las crovs, los ikghurianos, todo eso es mentira, todo
es falso, nada de esto debía existir. ¡Éramos felices! La gente suele decir que
es el precio para tener nuevas tecnologías, diablos, yo mismo lo creí así
cuando comencé Vaco, realmente creí que podíamos tomar toda la mierda que nos
había caído encima y dar vuelta la tortilla, usarlo para hacer del mundo algo
mejor…
Nada de lo que decía Albers tenía
sentido, era como si mezclara distintos tiempos en el presente, quizás los poderes
sobrenaturales tenían un efecto secundario en las capacidades cognitivas.
-En todo caso Calia, ¿qué
pretendías?
Calia respondió mirando fijamente
a Albers.
-Quiero mejorar el mundo. Tú
quieres arreglar las cosas acabando con todo, y crees que eso es lo mejor que
puedes hacer, qué astuto. ¡Eres un cobarde! Si quieres arreglar las cosas
aprovecha todo lo que hemos logrado.
-A qué te refieres.
-Mira Roberto honestamente el
mundo no me interesa, cada uno hace lo que puede por sí mismo, pero es la
humanidad la que decide el destino de sí misma. Vaco no es malo, ¿cómo podría
serlo? Vaco se mueve en el mercado y la gente elige lo que compra, si la
demanda exige instrumentos de destrucción, ¿quién es malo, el que las vende, el
que las compra o el que las usa? La humanidad usa lo que tiene como puede, si
los coralis no existen algo más será usado para provocar sufrimiento a los
demás. Y puedo apostar a que la realidad de la que provienes me da la razón.
Algo de razón tenía, y pudo
notarlo en mi expresión al escucharla, aún así no lo necesitaba, estaba
suficientemente segura por sí misma, por esa aguda mente que era su arma más
peligrosa. Volviéndose a Albers nuevamente, continuó explayando.
-¿Ves? Tienes que usar lo que
tienes, porque al final lo único malo es la humanidad como colectivo, ¿acaso
vas a borrar a la humanidad completa? Seguramente eso sería más ético que
lucrar con lo que tienes. Piénsalo, infinitas realidades, infinitos tiempos,
sólo significa una cosa: infinitas tecnologías. Todo lo que quiero es
establecer un modelo económico que trascienda las barreras del espacio y
tiempo, ¡podría ofrecerle a Ra’lla las tecnologías más inimaginables! Seguro
habría -mejores y peores- opciones, pero no seré yo quien elija lo que se
vende, sería el libre mercado.
-Qué bien Sithuria, ¿sabes que la
humanidad tiende a autoaniquilarse y pretendes darle la posibilidad de hacerlo
en módicas cuotas?
-Mientras que tú quieres ser
quien elige el destino de todos, y tal vez quieras que te levantemos un
monumento por eso.
-Pero Calia, si realmente no te
importa nada, ¿no crees que la tendencia natural sería tomar ese poder y usarlo
para estar cómoda de la forma más fácil?
-Robertito no has entendido nada, no habría honor en eso. Te digo que yo
no soy la mala de la película, no hay tal cosa como lo bueno y lo malo, no hay
tal cosa como un orden natural, lo bello de la vida es ver más allá de un
sentido intrínseco. Si crees ser bueno mientras pretendes arbitrar la
naturaleza, no eres realmente bueno.
Vacilé menos de un instante, creo
que Chiro también, Albers observaba a Calia con una mezcla de disgusto y
resolución. ¿Podía ser acaso que tuviera razón? Quizás tuve ese pensamiento
porque en definitiva nada de lo que sucediera significaba realmente un peligro
para mí. Chiro parecía tener mayor claridad, se dirigió a Albers cargando aún
el orbe en sus manos.
-Cómo nos deshacemos de esto.
Nadie más lo pudo ver, pero la
breve expresión en su cara me fue clara, la impresión, casi miedo, antes de
reflexionar una respuesta; estaba midiendo sus palabras. El orbe era
importante, aunque nadie quisiera referirse directamente a él, Albers y Calia
intentaban bajarle el perfil, pese a ello ya quedaba claro que su relevancia
era crucial en los planes de ambos. Todo estaba en las manos de Chiro, cosa que
me daba una extraña sensación de calma, a fin de cuentas, en las manos y las
decisiones de este curioso adolescente, nada salía mal. Sin embargo Calia no
estaba dispuesta a dejarlo ir aún, mientras comenzábamos a retirarnos debía
seguir intentando, aunque ya no le prestáramos atención.
-¿Acaso no tiene sentido? ¿De
verdad van a dejar que el viejo arruine todas estas maravillas?
-No.
-Entonces, Chiro, qué quieres tú.
¿Qué crees que deberíamos hacer con todo esto?
-Nada.
Su voz seria, su mirada intensa,
ninguno de nosotros podía entenderlo en ese momento, probablemente aun Calia no
lo habría entendido. Pero a través de ese acto Chiro le estaba dando una
magistral lección de vida, él había entendido cabalmente el raciocinio que ella
explicara segundos antes, e incluso podría estar de acuerdo, con todo, su
comprensión no acababa ahí; Chiro experimentaba ambos puntos de vista varios
pasos más adelante. Calia sólo lo observaba de vuelta concentrada, como si sus
palabras hubiesen cavado hondo en ella, la verdad era otra.
Mientras los tres concentrábamos
nuestra atención en la escena, ella llamaba a sus copiáceas para emboscarnos.
Fue Chiro quien sintió primero el tirón en su pierna y hombro casi
simultáneamente, mientras un tercer sujeto se abalanzaba sobre el orbe. Nadie
más alcanzaba a reaccionar mientras Chiro instintivamente extendía su mano con
el orbe, alejándolo de sus atacantes. Y mientras la inercia del movimiento
desprendía levemente el mismo de su palma, los ojos inexplicablemente horrorizados
de Albers servían a Calia como clave de que algo había cambiado a su favor.