-¿Cómo va
la cosa?
-Lento,
pero seguro, los sistemas se dañaron bastante.
-Así es,
¿pero lo podemos tener listo de aquí al martes?
-Sí
claro, yo creo que en unos tres días ya va a estar funcionando.
Albers no
podía dejar de sonreír pese a que varios de sus aparatos de medición habían
quedado completamente destruídos tras la quinta sesión de Roberto. La energía
liberada había sido demasiada, pensó, probablemente tendrían el mismo problema
durante al menos dos sesiones más. Pero eso era bueno, por fin había encontrado
un sujeto que respondía bien a las pruebas.
Pensó un
momento en el pasado, cuando vio por primera vez una Coralis. Era muy joven,
pero sabía exactamente lo que significaba, estaba en todas partes, para una
familia de campo como la suya eso no podía significar otra cosa que el fin, y
como estaban las cosas, el fin iba a ser muy pronto. Sus hortalizas ya no tendrían
valor, tan pronto se supiese, llegarían los saqueadores a arrancar lo que
quedara de la que sería la última cosecha de la parcela. Luego nada, tratar de
sobrevivir sin éxito buscando la manera por todas partes, sabiendo que no la
hay. Se hincó frente a la planta y la observó mientras su visión se nublaba con
la frustración que comenzaba a brotarle por los ojos. La maldijo en su mente,
pero no la arrancó, sólo se quedó viéndola por largo rato, pensando. Pensó en
que era el fin, pero no podía ser, tenía que haber alguna opción. En ese
momento surgió su determinación, mientras daba un golpe al suelo lo decidió,
encontraría la forma de dar vuelta la situación.
Desde
entonces pasó varios días observando la planta, ya sabía que no había forma de
digerirla con algún beneficio, así que tenía que buscar otra solución. En ese
momento esta planta era el recurso más abundante del planeta, y si lograba
hacer algo con ella, lo que fuera, iba a poder sobrevivir. La segunda noche,
mientras se acercaba al tallo para olerlo, sin saber exactamente qué podía
obtener de ello, notó que la planta emitía unos brevísimos destellos casi
imperceptibles. Se le ocurrió dejar a la planta sin luz un par de días, la
cubrió por todas partes con papel metálico y esperó. A las pocas horas notó una
gota de líquido turquesa que escurría por una de las hojas, sin descubrirla,
puso varios potes para recolectar el líquido en caso de que se hiciese más
profuso. Tras un par de días la planta había rendido casi medio litro del
misterioso líquido y al parecer ya no producía más, entonces decidió
descubrirla e inspeccionar el estado, pero esperó hasta la noche ya que su
principal curiosidad era comprobar si los destellos persistían. En cambio se
encontró con que la planta completa, desde el tallo hasta cada hoja, se habían
desintegrado. Durante las dos semanas siguientes se dedicó repetir la operación
y recolectar más del líquido turquesa, sin embargo se encontró con que sólo una
de cada diez coralis producían este efecto, mientras que las otras sólo se
tornaban levemente azuladas. Pronto descubrió que no se trataba de diferencias
en las plantas, sino que los coralis sólo brillaban de noche ocasionalmente, y
sólo producían el líquido al cubrirlas cuando hacían esto. Sin embargo Albers
dejó de pensar en ello y se dedicó en adelante a experimentar con el líquido
enigmático que había obtenido de sus pruebas.
El
líquido no tenía olor ni sabor y era ligeramente translúcido. Averiguó que no
tenía sabor ni era venenoso al poner una pequeña cantidad en la sopa de su
hermana, esto nunca nadie lo supo. A lo largo de las siguientes dos semanas
hizo varios experimentos, lo mezcló con tierra, lo cocinó de varias formas, lo
dio a beber a algunos animales, pero no logró ningún efecto positivo. Lo único
que despertó algún interés fue que al sumergir un trozo de Coralis en su época
brillante en el líquido de Coralis, la primera se disolvía rápidamente convirtiéndose
en el mismo líquido. Sin embargo esto no le era de ninguna utilidad, ya que sólo
se quedaba con más del inútil líquido. Otro resultado que lo sorprendió, fue
que el líquido se volvía viscoso al dejarlo al sol, y luego de unos diez días
se tornaba completamente sólido, y bastante duro por lo demás. Sin embargo esto
tampoco podía ser útil, ya que existían otros materiales con el mismo efecto,
pero que se solidificaban mucho más rápido.
Fue sólo
varios meses después, cuando las esperanzas ya estaban perdidas y la dieta de
la familia tenía casi extinto al poco rebaño que les quedaba, que los
experimentos de Albers rindieron frutos. Eran tres ovejas preñadas a las que
Albers trató de distinta forma, a la primera dio de beber líquido de coralis
tres veces al día, a la segunda le untó el mismo líquido en varias partes del
cuerpo cada noche y cada mañana, mientras que a la tercera le dio de comer una
mezcla de su propia lana con el líquido turquesa. Y fue esta última, la que al
dar a luz, descubrió un retoño de particulares características, era casi medio
cuerpo más grande que un corderito recién nacido y exhibía una notoria tonalidad
azul en su pelaje. Pero lo más impresionante, en cuanto pudo morder Coralis,
pareció agradarle, y decidió alimentarse exclusivamente de ella, cosa que ningún
otro mamífero conocido podía hacer.
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