Hagamos nada, seamos nada, acompañémonos un rato, estemos un poco juntos y un poco solos, toquémonos las manos sin querer y los labios un poco a propósito, un poco sin propósito. Sentémonos en el balcón, en una silla, en un cojín, en ti, en mí, en un sueño y miremos la Luna esconderse entre los escombros húmedos y salados de lo que no fue.
Te conocí sólo para poder pedirte disculpas por haberte conocido, por qué es tan difícil dejarte ir. Eres tú que te cuelas en mi vida o soy yo que estoy pegado a ti.
Tu recuerdo me lanza de un azote fuera de mi casa, me mezcla las canciones y me entorpece los pasos. Caigo sobre una plaza de sílabas desordenadas como mis pensamientos. Te odio porque te dejo y quiero que te dejes, y tú que dejas todo y te dejas todo.
La soledad ha perdido sentido, se ha transformado en una soledad selectiva, una soledad nostálgica y extravertida, letárgica y satisfactoria, pero vacía. Solo de ti, solo de ella, solo de mucha gente, sólo algunas soledades que cansan y sobran y otras que no. Dónde estás tú, dónde quiero que estés, donde estarás.
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