Abrí
el portón oxidado de la casa antigua, había chatarra en un pasillo sobre el que
se abalanzaba la edificación con sus balcones en varios pisos, como
tambaleante, poniendo todo su esfuerzo contra el tiempo para no desmoronarse.
Crucé el umbral polvoriento del garage, quería evitar el contacto con esa casa
y sus recuerdos en lo posible. Sobre mí se sostenían con dificultad las enormes
y toscas vigas de madera, negras por el incendio que había puesto fin a los
sufrimientos de aquel lugar. Me agaché entre las enormes telarañas, de algunos
huecos en los pilares manaban gusanos muertos, como sangre maldita en los poros
de una historia terrible que sólo yo recordaba. Me aparté de una crisálida
gigante, probablemente estaba incubándose desde hacía siglos, recordaba haberla
visto tal cual en mi niñez, quizás un poco menos brillante que ahora, y aún no
quería saber qué era lo que saldría de ella. Subí las escaleras empinadas al
segundo piso, en el remanso donde me dejaban las comidas aún estaba el sillón
de caucho, estaba con toda su cubierta derretida, se notaba pegajoso todavía a
pesar del polvo. Continué subiendo hasta los áticos donde estaba mi pieza, el
suelo lleno de tierra y ceniza nublaba el aire con cada pisada, activé el
interruptor de la luz y esperé un rato en vano. No quedaba nada, nunca había
habido nada, la cama y un mueble igual de vacíos que antes. En las paredes
llenas de chinches estaban todavía colgadas las miles de siluetas recortadas en
papel blanco, personitas, animales y autitos, único vestigio de pureza en todo
el recinto. Entonces noté algo que no solía estar allí, un recorte de diario,
aunque tenía aspecto antiguo. Me acerqué hasta casi tocarlo con la nariz para
intentar ver de qué se trataba entre la oscuridad, era una foto de una niña con
un vestido negro, acurrucada junto a una cama en la que yacía un adulto
recostado. Con dificultad logré leer solo el titular: "nuevas víctimas, se
hace llamar Susan Black". Por qué estaba ese recorte ahí, la incertidumbre
se llenó de miedo y en el asco de mis recuerdos bajé apresurado la escalera. Al
llegar abajo la vi, apoyada en un hacha junto a la crisálida, una niña
pelirroja de unos nueve años vestida de negro, al levantar su cabeza se posaron
sobre mí dos vacíos que apenas se asomaban entre los paños tiesos y mal pegados
unos con otros, que cubrían su rostro. Se levantó exclamando "soy su
aprendiz, Susan Black!", corrí para pasar por el hueco que quedaba
a su lado, pero me apartó con un feroz movimiento de su hacha que se incrustó
en el pilar, tenía una fuerza extraordinaria. Me quedé pasmado entre las
astillas que volaron mientras retiraba, casi sin esfuerzo, la herramienta
apestosa de sangre oxidada, volvió a exclamar "soy su aprendiz, Susan Black!".
Entonces ella corrió delante de mí hasta el umbral exterior y se paró junto a
él ligeramente agachada y sosteniendo el hacha contra el suelo, como preparada
para cortar un trozo de leña, continuaba repitiendo la misma frase cada vez más
compulsivamente. Sólo corrí, no me lo cuestioné, la única opción de salir
que tenía era pasar frente a ella y rogar por que su movimiento fallara. Lo hice
y continué corriendo hasta el portón, pero no sentía nada tras de mí,
miré atrás y la vi caminar en dirección a mí, lentamente arrastrando el
hacha, su cabello parecía flotar como electrificado cuando comenzó a llorar con
gritos desconsolados. Seguí corriendo hasta el portón, me apoyé en la barbacoa
sobre la que solían dejar las bolsas de basura y salté hacia el exterior.
Recién una vez fuera me di cuenta del terror que inundaba todo mi cuerpo, aún
podía escuchar a la niña llorando desconsoladamente, me agaché y grité
con todas mis fuerzas, el grito que casi me desgarra la garganta no era
suficiente para quitarme de encima el asco y el horror. Continué gritando
mientras me alejaba corriendo del lugar al que seguramente no volvería jamás.
De
pronto dejé de correr y comencé a volar, las calles se ensancharon abriéndome
paso a medida que ganaba altura. Comencé a ver y saber a la vez. Lo sentí, era
un ser omnisciente en Ra’lla, era parte del sueño, pero a la vez no, a la vez
era un recuerdo futuro. Yo no era un “catalizador para detener la revolución”,
yo era la revolución, la revolución estaba ocurriendo al interior de mi cuerpo,
los experimentos de Albers estaban, efectivamente catalizando la revolución,
pero a manera de concentrarla bajo mi voluntad. Sentí que me encontraba
suspendido más allá del tiempo en Ra’lla y pude ver las mafias, pude ver las empresas,
pero no pude ver ni a Albers ni a los togas. La geografía de Ra’lla era muy
similar a la geografía terrestre, y el barrio Nueva York por el que llegaba yo
se encontraba en el mismo lugar que en la tierra, al sur de América. En Asia al
norte de los Himalayas se llevaban a cabo guerras a gran escala y al sur de los
Himalayas, al igual que en Oceanía, las mafias dominaban. Pude ver todo eso en
un instante mientras sobrevolaba Ra’lla. No sabía si estaba soñando o haciendo
uso de las fuerzas sobrenaturales con las que Albers experimentaba, pero tenía una
sensación real y vívida.
Al despertar descubrí que había vuelto dos días
antes de irme a dormir. Debía advertirle a Albers de lo que sucedería, eso me
había dicho él dos días en el futuro. Pero no iba a seguir el plan al pie de la
letra. Ya tenía una idea de lo que estaba pasando en Ra’lla y tenía cartas en
mi mano. Sentí una especie de responsabilidad, yo era el héroe que Ra’lla
estaba esperando. Tenía que seguir con los experimentos de Albers y explorar
hasta dónde me podían llevar. Mientras, debía investigar por qué no había
podido ver nada de Albers ni los togas en mi visión.