Un día una nube cansada se posó sobre el horizonte a observar, las olas en el mar y las heleras taciturnas jugaban allá abajo como hormiguitas sin notar su presencia. A veces le parecía que rehusaban su mirada, pero la mayor parte del tiempo se transformaban alegres y lentas; unas olas en otras y las nieves en ríos que entre ansiosas y tímidas las buscaban perdiendo a menudo el rumbo en cuchicheos triviales. Una vueltecita por aquí y se encontraban como por casualidad. Le pareció un instante que estaban ahí sólo para ella, inalcanzables mientras su mirada se desvanecía de a poco tras la curiosidad de una multitud.
Se sintió parte de las aguas una última vez antes de que su vista se ofuscara... Pero podía sentirlo, ciega o alejada, en la oscuridad o una vitrina, seguían ahí, tan alegres e inmutables.