Estoy en pleno centro, cerca de La Moneda, o a media cuadra de mi casa, o a mitad de camino entre la universidad y mi casa, no importa realmente. En ese momento siento algo intenso y repentino en mis entrañas. La sensación tarda poco en llegar a mi trasero, pero es mi trasero en realidad la más perfecta computadora capaz de realizar cálculos que ni todos los procesadores del mundo lograrían hacer en una vida, y le toma menos de un instante: Mi trasero ha calculado con precisión el momento exacto en el que alcanzaré mi destino, el inodoro.
Una pulsión impetuosa guía desde ese momento mis pasos, es un ultimátum. La sentencia anal es irrevocable, mi cuerpo entero es presa de un determinismo momentáneo imbuido desde los confines de la espalda baja. La presión aumenta conforme avanzo en mi viaje. La distancia al inodoro es inversamente proporcional a la inevitabilidad de usarlo. Los últimos pasos son incaminables, la musculatura en las extremidades está totalmente torcida, mis rodillas se han girado en distintas direcciones y mis pisadas no alcanzan más que un borde del calzado.
Cuanto menos falta, más parece todo perdido, me abalanzo sobre la puerta sin saber cómo la abrí y dedico un segundo eterno a revisar que no por la prisa se me vaya algún detalle imprescindible. El momento en que el innombrado líquido responsable de darle su nombre al horripilante cubículo de infidencias es visible, coincide con el cruce de toda barrera impuesta lapidariamente por mis nalgas. Y debo volver a reconocer el mérito matemático anal:
No sé cómo lo hizo, pero lo hizo bien.
Una pulsión impetuosa guía desde ese momento mis pasos, es un ultimátum. La sentencia anal es irrevocable, mi cuerpo entero es presa de un determinismo momentáneo imbuido desde los confines de la espalda baja. La presión aumenta conforme avanzo en mi viaje. La distancia al inodoro es inversamente proporcional a la inevitabilidad de usarlo. Los últimos pasos son incaminables, la musculatura en las extremidades está totalmente torcida, mis rodillas se han girado en distintas direcciones y mis pisadas no alcanzan más que un borde del calzado.
Cuanto menos falta, más parece todo perdido, me abalanzo sobre la puerta sin saber cómo la abrí y dedico un segundo eterno a revisar que no por la prisa se me vaya algún detalle imprescindible. El momento en que el innombrado líquido responsable de darle su nombre al horripilante cubículo de infidencias es visible, coincide con el cruce de toda barrera impuesta lapidariamente por mis nalgas. Y debo volver a reconocer el mérito matemático anal:
No sé cómo lo hizo, pero lo hizo bien.
1 comentario:
me gusta que esté e "Revolution" xD
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