Al mismo tiempo en el mismo
tiempo, y al mismo tiempo en un tiempo distinto, una figura enjuta recorría los
campos de coralis. Albers sí tenía plena claridad de lo que significaban para
el túnel grieta, no había nada que buscar ahí, eran ellos mismos lo importante
de ese lugar; pues en ese remoto campo protegido por la solemnidad de las
montañas, había comenzado todo. Y de la misma forma sabía que la importancia de
dicha apertura no residía en el lugar, sino en el tiempo. Porque para que el
túnel grieta se abriese allí, necesariamente había dejado de ser sólo una
distorsión espacial.
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Sentí un golpe en la espalda,
estaba en movimiento. Había luz, todo giraba, no, yo giraba.
-¡Ahí estás!
La voz de Zóhoro en mi nuca me
puso inmediatamente alerta. Con una agilidad impresionante se desprendió de mí,
casi como una reacción involuntaria, incorporándose con gracia mientras yo era
arrojado por el momento entre los matorrales. Me pareció identificar por un instante
una reacción de cautela en él, se preparó, pero no para atacar, se preparaba para
defenderse. Aunque sólo duró un segundo, inmediatamente volvió a saltar en
dirección a mí, apenas logré esquivar ese primer movimiento mientras pensaba en
qué había sucedido. Me había transportado a otra época, y en ella había
intentado detener el tiempo con poco éxito, sin embargo algo había logrado,
tenía que haber un efecto de mi poder, lo sabía por la explosión y el hecho de
haber vuelto al presente.
No tenía tiempo para reflexionar,
la garra de Zóhoro avanzaba a toda velocidad hacia mi pecho en un movimiento
tan certero como la sed de sangre en su ojo. En ese breve momento tenía que
concentrarme y repetirlo, cerré los ojos, pero no podía tomarme la libertad de
visualizar el campo, recordé rápidamente mi visión en sueños de Ra’lla y el
vuelo junto a los cordones montañosos. Oí el rugido de mi contrincante y abrí
los ojos gritando, si no funcionaba seguramente moriría; en ese breve momento
sentí las montañas en mi mente y lo siguiente fue demasiado rápido.
Como un meteorito, un enorme
cristal, probablemente más de una tonelada, de un intenso rosado trasparente
aterrizó de golpe junto a nosotros, como aparecido de la nada a gran velocidad.
Sin embargo lo que colisionaba contra el prado no era cristal sino agua, o la
misma roca que como por arte de magia se derretía incluso más rápido de lo que
caía. Aunque lo más extraño no era la velocidad a la que se derretía, sino la
impresionante cantidad de volumen que ganaba. En pocos segundos, Zóhoro y yo
nos encontrábamos bajo varios metros de líquido rosado y extremadamente frío,
sentía cómo el frío me quemaba mientras intentaba aguantar la respiración. Por
más que trataba de nadar, no lo lograba, el líquido se abría paso entre mis
brazos y continuaba creciendo desde el cristal junto a mí, que cada vez se
derretía con mayor lentitud.
Mi única opción era escapar a
través del túnel grieta, intenté correr entre el líquido, resultaba más fácil
que correr bajo agua, sin embargo con cada movimiento podía sentir cómo mi
cuerpo perdía calor rápidamente y me quedaba sin energías. El líquido estaba
extremadamente frío, su punto de congelamiento tenía que ser varias decenas de
grados bajo cero, sólo eso o una reacción a los gases atmosféricos podían explicar
que se hubiese derretido tan instantáneamente. Con apenas las últimas fuerzas, y
un intenso dolor de cabeza que me nublaba la vista mientras mis músculos tiesos
ya no reaccionaban, me dejé caer esperando que el túnel me llevara lejos de esa
muerte gélida. En los últimos instantes de lucidez sólo pude lamentar a mi
rival, no había forma de que Zóhoro se hubiese salvado desde la distancia a la
que se encontraba del túnel.
Un flojo estallido rosado en medio del prado
verde, esa fue su apreciación a lo lejos. La colorida marejada se aproximaba
implacable, Albers calculó que en pocos segundos el líquido alcanzaría unos
metros por debajo del nivel de la colina donde él se encontraba. Impresionante,
la única explicación era actividad ikghuriana, nunca había escuchado de un
ikghuriano que pudiese producir materia espontáneamente. Quizás el color podía
indicar una mezcla de agua y la propia sangre de quien la producía, quizás se
trataba de una amplificación de la materia. Aún más impresionante, se había
equivocado en sus cálculos, el líquido pronto alcanzaría a mojarle incluso los
pies, era un verdadero mar, espléndido. Sin embargo, fue cuando sintió la
temperatura del llamativo fenómeno, que su curiosidad despertó realmente, pensó
que si no fuera él, cualquier persona común estaría huyendo por su vida al
tomar contacto con la extrema temperatura, aunque para él no era un problema,
sólo se trataba de datos en su piel. Magnífico, su hipótesis parecía correcta,
la expansión del agua y sangre explicaban que la materia alcanzara tan extremas
propiedades a través de la sustancial pérdida de energía, y la separación de
las moléculas impedía su congelamiento. Pero Albers no había visto el impacto
del cristal momentos antes, de haberlo presenciado, sabría que su hipótesis era
incorrecta.
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