Al interior de la grieta Jarso y
Andrea discutían respecto a la nueva apertura. Tras explorar extensamente, sólo
habían encontrado coralis hasta donde alcanzaba la vista. Se daban vuelta sobre
lo mismo, pero el lugar no tenía explicación. La única conexión que podían
establecer era la gran cantidad de coralis en dicho lugar, sin embargo no era
suficiente como para explicar que el túnel se abriera por esa razón. De todos
los campos de coralis en el mundo, podría haber sido cualquiera. Finalmente
decidieron mantener el lugar bajo observación.
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Estaba todo escuro, escuchaba un
pitido en mi oído. Suavemente comenzó disiparse el desagradable sonido y
comencé a incorporarme en el entorno, noté que el suelo de cemento vibraba
heterogéneamente y piedrecillas chocaban contra mis palmas. Comencé a escuchar
gran variedad de golpeteos, similar a lo que se escucha en un taller de
carpintería, pero distinto, los ruidos eran igual de heterogéneos que las
vibraciones. A medida que mi vista se sensibilizaba a la oscuridad, noté la
pesadez del aire, y finalmente comencé a ver, entre el humo, una conmoción de
siluetas moviéndose. Estaba en la mitad de la calle, los edificios alrededor a
medio derrumbar se mezclaban con el olor a pólvora. Súbitamente, desde el fondo
del paisaje, al final de una larga avenida, comenzaron los disparos. De
inmediato me agazapé y busqué asilo tras una de las pocas murallas que se
mantenían en pie en la construcción junto a mí. Otras siluetas cercanas
hicieron lo mismo, no tenía idea quiénes eran los enemigos de quiénes, pero yo
tenía que estar precisamente al lado de los que al parecer no contaban con
absolutamente ninguna arma de fuego. Pronto la calle estuvo desierta, salvo por
varios cuerpos inertes, y la cadencia de las armas mermó. Un par de sujetos
audaces comenzaron a arrastrarse cerca de los edificios en dirección a los
soldados que desde el otro extremo comenzaban a avanzar corriendo y
parapetándose uno tras otro. De vez en cuando disparaban en nuestra dirección.
Cuando estuvieron a tres o cuatro casas de nosotros, los dos sujetos que se
arrastraban, uno a cada lado de la calle, se detuvieron, confundiéndose con el
resto de los cuerpos. Brevemente una pausa entre ambos grupos se apoderó del
momento, ninguno hacía movimiento alguno.
Por un instante pude escuchar el
viento, nadie hacía un ruido, sin embargo en el aire se sentía aumentar la
tensión. De pronto unos leves golpes en el suelo se impusieron desde la casona
de en frente, lentamente los golpes fueron tomando el cuerpo de formidables
pisadas que abrieron paso a la robusta figura que continuó avanzando decidida
hasta la mitad de la calle. Ahí estuvo dramáticamente unos instantes en que el
único movimiento fue el de su capa mecida por el viento.
Hasta que finalmente se inclinó
levemente, como preparándose para algo, y en ese momento decenas de soldados al
unísono comenzaron a disparar en su dirección desde las edificaciones cercanas.
Sin embargo nada hallaron los proyectiles en su camino, pues la pesada silueta
ya había saltado ágilmente hacia un costado e inmediatamente hacia el opuesto,
avanzando por la calle como si rebotara contra las casas. Las balas lo
buscaban, pero su figura se desplazaba precisa e implacable ganando velocidad,
hasta que estuvo en la misma línea de los soldados, justo frente a los dos cuepros
que aún yacían camuflados en el suelo, y dejó golpear todo su peso contra una
primera muralla, desplomándola al instante. Mientras los soldados escapaban
hacia la avenida como vertidos desde el edificio colapsado, la escena se
repetía en la construcción opuesta, y en la anterior, y en aquella frente a
esta última; hasta que la robusta masa homínida desaparecía nuevamente con un
simple salto tras las ruinas. Los soldados confundidos, encontrados todos
juntos, sin embargo aparentemente ilesos en su mayoría, de pronto comenzaron a
soltar gritos de guerra y rápidamente avanzaron en nuestra dirección disparando
sin objetivos en variadas direcciones.
Continuaron en masa varios
metros, registrando las casas que quedaban en pie y disparando ocasionalmente
dentro de ellas. Hasta que estuvieron sobre el lugar en el que aún permanecían
las dos figuras mimetizadas con los bultos, rehusándose aún a mostrar señales
de vida, y en un instante todo se llenó de luz. Desde el suelo y entre los
cadáveres, centenares de destellos y rayos púrpura afloraron, y entre ellos
pude ver los rostros llenos de horror de los soldados, que en el color de la
luz parecían adivinar un fin inexorable. En menos de un segundo habían
desaparecido en su totalidad, sólo quedaban algunos restos de las extremidades,
un pie por allí, una mano por acá. Y sin embargo ningún rastro de sangre, salvo
manchas pequeñas en las paredes de las casas.
Sólo un puñado de soldados se
mantenía de pie, paralizados por el miedo un poco más atrás. Observaron la
situación brevemente, miraron atrás, tenían que estar dispuestos a huir. Sin
embargo decidieron retroceder sólo un poco y comenzaron a disparar en diversas
direcciones alrededor del sector donde el resto del pelotón había desaparecido.
Pronto uno de los proyectiles alcanzó a uno de los sujetos tirados en el suelo,
se estremeció y gritó, pero sin más demora dos disparos más se encargaron de
callar sus alaridos. El otro sujeto estaba en peligro, fue entonces cuando lo
pude ver bien, la figura robusta de antes, que ahora se paraba tras una muralla
derrumbada a pasos de mí, era Zóhoro. No me conocía, y tenía ambos ojos. Con
inmensa fuerza levantó el trozo de concreto, arrojándolo con pesadez justo
delante de donde el otro sujeto yacía aún inmóvil, y nuevamente con un ligero
movimiento aterrizó tras el mismo. Sin embargo justo antes de alcanzar la
seguridad del parapeto, un único disparo alcanzó su cabeza, y por un instante
todos pensaron que sería el fin. Pero antes de que los soldados pudieran
celebrar, su estridente rugido los mantuvo en silencio, y con la sangre a un
costado y su compañero sujeto del otro huyó entre las miradas pasmadas.
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Solo un segundo de calma bastó
para que desde todas direcciones la conmoción se hiciera presente. Como si la
esperanza se hubiera perdido súbitamente, sujetos acá y allá se volcaron sobre
las calles entre el ruido igualmente atropellado de disparos en el otro extremo
de la calle. La confrontación desordenada pronto llenó de cuerpos los huecos
entre los escombros. Y más soldados comenzaron a avanzar en nuestra dirección.
Había más gente de la que pude apreciar en un principio, cerca de mí cientos de
ikghurianos corrían por sus vida, y muchos eran alcanzados antes por el plomo.
Una proporción menor peleaba contra los soldados, se veían movimientos fugaces,
individuos sumamente ágiles, otros parecían disparar sin armas, y otros quietos
tras refugios concentrados, notoriamente todos operaban por la lucha de alguna
forma, y pese a ello, sin un plan, como había ocurrido antes, lentamente sus
números disminuían en relación a aquellos de los humanos.
Entonces lo sentí, algo había
dentro de mí, algo ikghur, algo podía hacer. De la misma forma que había
llegado a esta escena, algo podía hacer en ella. Algo de poder corría por mi
sangre. Quería hacer algo por mí, no por humanos ni por ikghurianos, quería
sobrevivir y contar la historia, sin embargo por alguna razón a la vez me
sentía parte del bando ikghuriano. En cualquier caso no sabía de qué era capaz,
antes de saber qué defendería, debía comprobar que efectivamente tenía la
posibilidad de influir de alguna forma en la contienda. Intuitivamente cerré
los ojos y me concentré, visualicé el espacio a mi alrededor, como un modelo
computarizado del terreno, de pronto tuve completa claridad sobre cada recoveco
en 200 metros a la redonda. Sentí que el tiempo se congelaba y todo se volvía
negro, en la representación mental que hacía del lugar, cada elemento se
oscurecía, pero continuaba presente, era como si en mi mente dejara de ver las
cosas y comenzara a sentirlas, y a través de ese fenómeno la sensación se
volvía mucho más real; ya no era como si visualizara el terreno al interior de
mi mente, era como si lo sintiera en realidad. Era como se fuera parte del
espacio, o el espacio fuera parte de mí. El tiempo estaba detenido, podía
sentirlo, pero no sabía qué más hacer… Abrir los ojos y explorar el tiempo
congelado, o quizás intentar mover el tiempo, o tal vez operar de alguna forma
sobre la materia misma, sentía que cualquier cosa era posible. Sin embargo tan
pronto titubeé, la sensación se difuminó, necesitaba mantener la concentración,
y ese fue mi error. Mientras trataba de recobrar el trance comencé a sentir la
inestabilidad, como una inquietud en todo mi cuerpo, como una interferencia de
ondas que atravesara mi piel, y en el breve instante que mis ojos se abrían
alcancé a vislumbrar como una gran explosión turquesa cubría poco más que todo
el espacio que visualizaba.