jueves, 6 de octubre de 2016

Cristal celestial

Al mismo tiempo en el mismo tiempo, y al mismo tiempo en un tiempo distinto, una figura enjuta recorría los campos de coralis. Albers sí tenía plena claridad de lo que significaban para el túnel grieta, no había nada que buscar ahí, eran ellos mismos lo importante de ese lugar; pues en ese remoto campo protegido por la solemnidad de las montañas, había comenzado todo. Y de la misma forma sabía que la importancia de dicha apertura no residía en el lugar, sino en el tiempo. Porque para que el túnel grieta se abriese allí, necesariamente había dejado de ser sólo una distorsión espacial.

---

Sentí un golpe en la espalda, estaba en movimiento. Había luz, todo giraba, no, yo giraba.
-¡Ahí estás!
La voz de Zóhoro en mi nuca me puso inmediatamente alerta. Con una agilidad impresionante se desprendió de mí, casi como una reacción involuntaria, incorporándose con gracia mientras yo era arrojado por el momento entre los matorrales. Me pareció identificar por un instante una reacción de cautela en él, se preparó, pero no para atacar, se preparaba para defenderse. Aunque sólo duró un segundo, inmediatamente volvió a saltar en dirección a mí, apenas logré esquivar ese primer movimiento mientras pensaba en qué había sucedido. Me había transportado a otra época, y en ella había intentado detener el tiempo con poco éxito, sin embargo algo había logrado, tenía que haber un efecto de mi poder, lo sabía por la explosión y el hecho de haber vuelto al presente.
No tenía tiempo para reflexionar, la garra de Zóhoro avanzaba a toda velocidad hacia mi pecho en un movimiento tan certero como la sed de sangre en su ojo. En ese breve momento tenía que concentrarme y repetirlo, cerré los ojos, pero no podía tomarme la libertad de visualizar el campo, recordé rápidamente mi visión en sueños de Ra’lla y el vuelo junto a los cordones montañosos. Oí el rugido de mi contrincante y abrí los ojos gritando, si no funcionaba seguramente moriría; en ese breve momento sentí las montañas en mi mente y lo siguiente fue demasiado rápido.
Como un meteorito, un enorme cristal, probablemente más de una tonelada, de un intenso rosado trasparente aterrizó de golpe junto a nosotros, como aparecido de la nada a gran velocidad. Sin embargo lo que colisionaba contra el prado no era cristal sino agua, o la misma roca que como por arte de magia se derretía incluso más rápido de lo que caía. Aunque lo más extraño no era la velocidad a la que se derretía, sino la impresionante cantidad de volumen que ganaba. En pocos segundos, Zóhoro y yo nos encontrábamos bajo varios metros de líquido rosado y extremadamente frío, sentía cómo el frío me quemaba mientras intentaba aguantar la respiración. Por más que trataba de nadar, no lo lograba, el líquido se abría paso entre mis brazos y continuaba creciendo desde el cristal junto a mí, que cada vez se derretía con mayor lentitud.
Mi única opción era escapar a través del túnel grieta, intenté correr entre el líquido, resultaba más fácil que correr bajo agua, sin embargo con cada movimiento podía sentir cómo mi cuerpo perdía calor rápidamente y me quedaba sin energías. El líquido estaba extremadamente frío, su punto de congelamiento tenía que ser varias decenas de grados bajo cero, sólo eso o una reacción a los gases atmosféricos podían explicar que se hubiese derretido tan instantáneamente. Con apenas las últimas fuerzas, y un intenso dolor de cabeza que me nublaba la vista mientras mis músculos tiesos ya no reaccionaban, me dejé caer esperando que el túnel me llevara lejos de esa muerte gélida. En los últimos instantes de lucidez sólo pude lamentar a mi rival, no había forma de que Zóhoro se hubiese salvado desde la distancia a la que se encontraba del túnel. 

---

Un flojo estallido rosado en medio del prado verde, esa fue su apreciación a lo lejos. La colorida marejada se aproximaba implacable, Albers calculó que en pocos segundos el líquido alcanzaría unos metros por debajo del nivel de la colina donde él se encontraba. Impresionante, la única explicación era actividad ikghuriana, nunca había escuchado de un ikghuriano que pudiese producir materia espontáneamente. Quizás el color podía indicar una mezcla de agua y la propia sangre de quien la producía, quizás se trataba de una amplificación de la materia. Aún más impresionante, se había equivocado en sus cálculos, el líquido pronto alcanzaría a mojarle incluso los pies, era un verdadero mar, espléndido. Sin embargo, fue cuando sintió la temperatura del llamativo fenómeno, que su curiosidad despertó realmente, pensó que si no fuera él, cualquier persona común estaría huyendo por su vida al tomar contacto con la extrema temperatura, aunque para él no era un problema, sólo se trataba de datos en su piel. Magnífico, su hipótesis parecía correcta, la expansión del agua y sangre explicaban que la materia alcanzara tan extremas propiedades a través de la sustancial pérdida de energía, y la separación de las moléculas impedía su congelamiento. Pero Albers no había visto el impacto del cristal momentos antes, de haberlo presenciado, sabría que su hipótesis era incorrecta.

martes, 13 de septiembre de 2016

Pasado o futuro

Al interior de la grieta Jarso y Andrea discutían respecto a la nueva apertura. Tras explorar extensamente, sólo habían encontrado coralis hasta donde alcanzaba la vista. Se daban vuelta sobre lo mismo, pero el lugar no tenía explicación. La única conexión que podían establecer era la gran cantidad de coralis en dicho lugar, sin embargo no era suficiente como para explicar que el túnel se abriera por esa razón. De todos los campos de coralis en el mundo, podría haber sido cualquiera. Finalmente decidieron mantener el lugar bajo observación.

---

Estaba todo escuro, escuchaba un pitido en mi oído. Suavemente comenzó disiparse el desagradable sonido y comencé a incorporarme en el entorno, noté que el suelo de cemento vibraba heterogéneamente y piedrecillas chocaban contra mis palmas. Comencé a escuchar gran variedad de golpeteos, similar a lo que se escucha en un taller de carpintería, pero distinto, los ruidos eran igual de heterogéneos que las vibraciones. A medida que mi vista se sensibilizaba a la oscuridad, noté la pesadez del aire, y finalmente comencé a ver, entre el humo, una conmoción de siluetas moviéndose. Estaba en la mitad de la calle, los edificios alrededor a medio derrumbar se mezclaban con el olor a pólvora. Súbitamente, desde el fondo del paisaje, al final de una larga avenida, comenzaron los disparos. De inmediato me agazapé y busqué asilo tras una de las pocas murallas que se mantenían en pie en la construcción junto a mí. Otras siluetas cercanas hicieron lo mismo, no tenía idea quiénes eran los enemigos de quiénes, pero yo tenía que estar precisamente al lado de los que al parecer no contaban con absolutamente ninguna arma de fuego. Pronto la calle estuvo desierta, salvo por varios cuerpos inertes, y la cadencia de las armas mermó. Un par de sujetos audaces comenzaron a arrastrarse cerca de los edificios en dirección a los soldados que desde el otro extremo comenzaban a avanzar corriendo y parapetándose uno tras otro. De vez en cuando disparaban en nuestra dirección. Cuando estuvieron a tres o cuatro casas de nosotros, los dos sujetos que se arrastraban, uno a cada lado de la calle, se detuvieron, confundiéndose con el resto de los cuerpos. Brevemente una pausa entre ambos grupos se apoderó del momento, ninguno hacía movimiento alguno.
Por un instante pude escuchar el viento, nadie hacía un ruido, sin embargo en el aire se sentía aumentar la tensión. De pronto unos leves golpes en el suelo se impusieron desde la casona de en frente, lentamente los golpes fueron tomando el cuerpo de formidables pisadas que abrieron paso a la robusta figura que continuó avanzando decidida hasta la mitad de la calle. Ahí estuvo dramáticamente unos instantes en que el único movimiento fue el de su capa mecida por el viento.
Hasta que finalmente se inclinó levemente, como preparándose para algo, y en ese momento decenas de soldados al unísono comenzaron a disparar en su dirección desde las edificaciones cercanas. Sin embargo nada hallaron los proyectiles en su camino, pues la pesada silueta ya había saltado ágilmente hacia un costado e inmediatamente hacia el opuesto, avanzando por la calle como si rebotara contra las casas. Las balas lo buscaban, pero su figura se desplazaba precisa e implacable ganando velocidad, hasta que estuvo en la misma línea de los soldados, justo frente a los dos cuepros que aún yacían camuflados en el suelo, y dejó golpear todo su peso contra una primera muralla, desplomándola al instante. Mientras los soldados escapaban hacia la avenida como vertidos desde el edificio colapsado, la escena se repetía en la construcción opuesta, y en la anterior, y en aquella frente a esta última; hasta que la robusta masa homínida desaparecía nuevamente con un simple salto tras las ruinas. Los soldados confundidos, encontrados todos juntos, sin embargo aparentemente ilesos en su mayoría, de pronto comenzaron a soltar gritos de guerra y rápidamente avanzaron en nuestra dirección disparando sin objetivos en variadas direcciones.
Continuaron en masa varios metros, registrando las casas que quedaban en pie y disparando ocasionalmente dentro de ellas. Hasta que estuvieron sobre el lugar en el que aún permanecían las dos figuras mimetizadas con los bultos, rehusándose aún a mostrar señales de vida, y en un instante todo se llenó de luz. Desde el suelo y entre los cadáveres, centenares de destellos y rayos púrpura afloraron, y entre ellos pude ver los rostros llenos de horror de los soldados, que en el color de la luz parecían adivinar un fin inexorable. En menos de un segundo habían desaparecido en su totalidad, sólo quedaban algunos restos de las extremidades, un pie por allí, una mano por acá. Y sin embargo ningún rastro de sangre, salvo manchas pequeñas en las paredes de las casas.

Sólo un puñado de soldados se mantenía de pie, paralizados por el miedo un poco más atrás. Observaron la situación brevemente, miraron atrás, tenían que estar dispuestos a huir. Sin embargo decidieron retroceder sólo un poco y comenzaron a disparar en diversas direcciones alrededor del sector donde el resto del pelotón había desaparecido. Pronto uno de los proyectiles alcanzó a uno de los sujetos tirados en el suelo, se estremeció y gritó, pero sin más demora dos disparos más se encargaron de callar sus alaridos. El otro sujeto estaba en peligro, fue entonces cuando lo pude ver bien, la figura robusta de antes, que ahora se paraba tras una muralla derrumbada a pasos de mí, era Zóhoro. No me conocía, y tenía ambos ojos. Con inmensa fuerza levantó el trozo de concreto, arrojándolo con pesadez justo delante de donde el otro sujeto yacía aún inmóvil, y nuevamente con un ligero movimiento aterrizó tras el mismo. Sin embargo justo antes de alcanzar la seguridad del parapeto, un único disparo alcanzó su cabeza, y por un instante todos pensaron que sería el fin. Pero antes de que los soldados pudieran celebrar, su estridente rugido los mantuvo en silencio, y con la sangre a un costado y su compañero sujeto del otro huyó entre las miradas pasmadas.

---

Solo un segundo de calma bastó para que desde todas direcciones la conmoción se hiciera presente. Como si la esperanza se hubiera perdido súbitamente, sujetos acá y allá se volcaron sobre las calles entre el ruido igualmente atropellado de disparos en el otro extremo de la calle. La confrontación desordenada pronto llenó de cuerpos los huecos entre los escombros. Y más soldados comenzaron a avanzar en nuestra dirección. Había más gente de la que pude apreciar en un principio, cerca de mí cientos de ikghurianos corrían por sus vida, y muchos eran alcanzados antes por el plomo. Una proporción menor peleaba contra los soldados, se veían movimientos fugaces, individuos sumamente ágiles, otros parecían disparar sin armas, y otros quietos tras refugios concentrados, notoriamente todos operaban por la lucha de alguna forma, y pese a ello, sin un plan, como había ocurrido antes, lentamente sus números disminuían en relación a aquellos de los humanos.

Entonces lo sentí, algo había dentro de mí, algo ikghur, algo podía hacer. De la misma forma que había llegado a esta escena, algo podía hacer en ella. Algo de poder corría por mi sangre. Quería hacer algo por mí, no por humanos ni por ikghurianos, quería sobrevivir y contar la historia, sin embargo por alguna razón a la vez me sentía parte del bando ikghuriano. En cualquier caso no sabía de qué era capaz, antes de saber qué defendería, debía comprobar que efectivamente tenía la posibilidad de influir de alguna forma en la contienda. Intuitivamente cerré los ojos y me concentré, visualicé el espacio a mi alrededor, como un modelo computarizado del terreno, de pronto tuve completa claridad sobre cada recoveco en 200 metros a la redonda. Sentí que el tiempo se congelaba y todo se volvía negro, en la representación mental que hacía del lugar, cada elemento se oscurecía, pero continuaba presente, era como si en mi mente dejara de ver las cosas y comenzara a sentirlas, y a través de ese fenómeno la sensación se volvía mucho más real; ya no era como si visualizara el terreno al interior de mi mente, era como si lo sintiera en realidad. Era como se fuera parte del espacio, o el espacio fuera parte de mí. El tiempo estaba detenido, podía sentirlo, pero no sabía qué más hacer… Abrir los ojos y explorar el tiempo congelado, o quizás intentar mover el tiempo, o tal vez operar de alguna forma sobre la materia misma, sentía que cualquier cosa era posible. Sin embargo tan pronto titubeé, la sensación se difuminó, necesitaba mantener la concentración, y ese fue mi error. Mientras trataba de recobrar el trance comencé a sentir la inestabilidad, como una inquietud en todo mi cuerpo, como una interferencia de ondas que atravesara mi piel, y en el breve instante que mis ojos se abrían alcancé a vislumbrar como una gran explosión turquesa cubría poco más que todo el espacio que visualizaba.

lunes, 30 de mayo de 2016

Campos de Coralis

-Para quién trabajas.
El olor a salitre y la humedad sugerían que me encontraba en una alcantarilla. Traté de ver alrededor, pero estaba sumamente oscuro. La voz grave inquirió nuevamente.
-Para quién trabajas, Roberto.
El único otro sonido que podía escuchar era el de un tenue flujo de agua, como de una acequia. A medida que me incorporé sentí un fuerte dolor en la cabeza y el brazo derecho, me habían traído a la fuerza. Recordé los destellos en el barrio Nueva York, y los pude ver emerger de la oscuridad frente a mí, junto con una silueta familiar.
-Zóhoro.
-Chiro.
Zóhoro, el sujeto de la voz grave, que aparentemente estaba sentado detrás de mí, se puso de pie y sentí un pesado paso.
-Se abrió, Jarso y Andrea están investigando.
-Quédate con Roberto.
Su pesada figura se desplazó segura en la dirección desde la que había aparecido Chiro, sólo pude ver que llevaba una toga oscura, unos metros más allá sus pasos dejaron de sonar.

Intenté dialogar con Chiro para saber por qué me habían secuestrado, le dije de varias formas que no trabajaba para nadie, explicándole cómo había llegado a Ra’lla, pero todo lo que escuché fue el suave fluir del agua. Finalmente me recosté sobre la roca fría y me dormí.

Una pradera de intenso verde oscuro al pie de una cordillera enorme. Me desperté de golpe mientras Zóhoro me tiraba al suelo inquiriendo:
-¿Dónde estamos?
Me observaba con su ojo severo, el ojo izquierdo oscurecido por una extensa cicatriz oblicua contribuía a hacerlo más intimidante. Con la misma severidad observaría un coco grande y jugoso, la cáscara separada delicadamente, pero con nada más que la fuerza bruta provista por esas enormes manos rojizas. El coco entero le cabe de dos bocados en la boca, pero probablemente toma trozos pequeños y los come de a poco mientras lee filosofía o pasea por un parque lleno de niños jugando y padres que jamás lo verían como una amenaza pese a su llamativo tamaño. Entendí que tenía que dar una respuesta.
-Al sur de Santiago… o al norte… pero…
A primera vista teníamos que estar en Chile, en ningún otro lado se puede ver una cordillera así tras las praderas. Sin embargo pronto se me hizo evidente que incluso para la cordillera de los Andes, estas montañas eran demasiado grandes. No podía ser el sur por esa razón, pero la vegetación definitivamente indicaba que no estábamos cerca del trópico. Aunque las praderas se extendían incansablemente entre montículos y montañas menores, pero no se observaban bosques. Hubiese dicho Magallanes, pero el aire era seco y la cordillera seguía pareciéndome demasiado espectacular.
-Sé que no quieres escuchar esto, pero de verdad que no lo sé.
Su ojo se entrecerró como si pudiera ver más allá de lo que estaba diciendo. Se detuvo a examinar el paisaje. En todo el horizonte había unas tres casuchas, sin embargo la flora del lugar no parecía intervenida, probablemente las casuchas estaban abandonadas. Pese a ello, entre el follaje se alcanzaban a distinguir ciertas divisiones, algo que podrían ser senderos, o bien estos habían sido campos de cultivo hasta hace algunos años. Zóhoro comenzó a caminar dando un gran círculo alrededor del túnel grieta que se elevaba tras de mí desde el suelo, proyectándose infinitamente hasta el cielo. Estábamos sólo los dos en este lugar desierto.
-Son los Himalayas. No es ninguna cordillera cualquiera, son los Himalayas.
Observé nuevamente, tenía sentido, estábamos en Asia.
-Estamos en un campo pelado plagado de Coralis a los pies de los Himalayas. ¿Por qué se abrió el túnel grieta aquí?
Me miró nuevamente con esa severidad que ya parecía no despegarse jamás de su oscuro ojo verde.
-Coralis, el túnel Grieta, Ikghur, Copiáceas.
Comenzó a acercarse a mí.
-¿Qué tienen en común? Todos brillan azul. ¿Por qué?
Su voz profunda me penetró. Me estremecí por un momento, pero no tenía miedo. No era el mismo que hacía un año, no sólo estaba en un mundo fantástico para mí, yo era una pieza fundamental.
-¿Quién eres Roberto? ¿Qué sabes? ¿Para quién trabajas?
-Nadie, para nadie, ¿y tú?
Me puse de pie, mis manos no estaban atadas, me sentí con más confianza aún.
-¿Qué crees que estás haciendo? Me traes aquí como si yo fuera un espía de Vaco. Esto no me interesa, tengo mejores cosas qué hacer. No sé cómo funcionan las cosas, pero tu acto de matón no me interesa.
Su mirada severa se tornó furiosa y su voz profunda, aún más intensa. De golpe me tomó por el pecho y sin esfuerzo alguno me levantó hasta ponerme frente a su cabeza, mis pies colgaban al menos medio metro sobre el suelo y recién dimensioné su tamaño.
-No estás entendiendo… Roberto. Ahora vas a decirme todo lo que sabes.
Intenté zafarme, pero era inútil, su mano era lo mismo que una garra de grúa, no había forma de poder soltarla.
-¡Argh! ¡No sé nada, ye te lo dije!
Con un rápido movimiento me arrojó varios metros más allá y mientras se abalanzaba de un salto continuaba inquiriendo.
-Un tipo que aparece de la nada, que no sabe nada, que aparece y desaparece sin que nadie sepa dónde va… Y que de pronto está enterado de lo que pasa en el mundo sin hablar con nadie… ¿Creíste que no ibas a levantar sospecha?
Al caer, la tierra alrededor se remeció, intenté incorporarme y tomar distancia, pero con la agilidad de un felino me tomó y volvió a arrojarme aún más lejos del túnel grieta. Su poder era impresionante, como un saco de arena me echó a tumbos unas cuatro veces, hasta que finalmente me detuvo con el pie sobre la garganta. Ya no sabía qué decir, qué quería que dijera, suponía que creía que era un espía de Vaco. Quizás algo más, de todas formas ya no podía hablar con su peso sobre mi cuello, él continuaba inquiriendo, pero ya no lograba entenderlo. Pensé que quizás tenía razón. Yo sentía algo extraño en mí, hacía tiempo que yo ya no me sentía yo. Los viajes en el tiempo me habían dado una perspectiva nueva, una desde la que nada parecía lo mismo de antes. Las jerarquías se me habían desdibujado, tal como flaqueaba mi conciencia en esos momentos. Era como si una fuerza interior me hubiese engrandecido, pero nada de eso valía mucho, todo eso quedaba aplastado bajo el pie de Zóhoro. Mientras mi vista se nublaba, lo último que vi fue su silueta oscureciendo el sol.


(no es el fin por siaca, estimados lectores, falta mucho aún :3)