lunes, 15 de septiembre de 2014

Sueño 5

   La noche anterior fue más desagradable de lo que imaginé, a las tres y media de la mañana me desperté y apenas pude dormir nada más que unos minutos un par de veces. Lo bueno, pensé, es que si el viejo trató de aminorar este efecto de la pastilla, será que no habrá otros efectos negativos de los que preocuparse.

   Algo parecía distinto en la sala del experimento, como si estuviese más iluminado, pero no precisamente por la luz. Me sentí por primera vez como rata de laboratorio, no había pensado cómo me vería recostado en ese sillón de dentista con los tubos sobre la cabeza, probablemente como una de esas películas futuristas en que usan humanos como objetos. A veces me parece que de a poco ciertas prácticas tratan de acercarse a algo así, como de forma camuflada.
   -¿Cómo le fue con el medicamento?
   -Un poco peor de lo que me advirtió, pero aquí estamos.
   -De manera que lo ha tomado.
   Asentí.
   -¿Algún mareo, dolor de cabeza...?
   -No debería ¿o sí?
   -No, claro, pero nunca está demás asegurarse. Bueno, entonces comenzamos la segunda fase, la sesión de hoy será particularmente larga, está planificada para cuatro horas.
   Claramente esa noche iba a estar con insomnio, pero en fin, había que probar.

   Volví a aparecer en el campo florido. Esta vez caminaba tranquilo, caminaba durante días sin que el paisaje cambiara, era como si el campo fuese tan extenso, que por mucho que avanzara seguiría viendo lo mismo, imaginaba las colinas en el fondo en realidad grandes como planetas. De pronto un cosquilleo en mis pies desvió mi mirada al suelo que se alejaba, noté que mis piernas estaban oscurecidas y rojizas, y había comenzado a caminar por sobre las flores, flotando. Miré a mi al rededor en busca de Calia, pero no estaba por ninguna parte. A medida que caminaba, las flores comenzaban a ensombrecerse y tornarse rojizas como mis piernas, hasta que de pronto, todo el campo se había marchitado.
   Comencé a escuchar crujidos entre la vegetación sin vida, por aquí y por allá, nada se movía, pero se escuchaban los crujidos, como si algo se quebrara lentamente en un lugar y luego continuara en otro, de a poco destellos azules acompañaron los crujidos, cada vez más profusos, hasta que una gran luz bajo mis pies pareció soplar todas las flores y abrir un espacio en el suelo rodeado de destellos y crujidos. Bajo el suelo pude ver la sala de experimentos en la que yo dormía, pero no me encontraba yo en ella, el sillón estaba vacío en el mismo lugar y junto a él el aparato de mediciones tirado en el suelo con sus tentáculos esparcidos. Súbitamente caí de golpe sobre el sillón.

   Al despertar no lograba ver nada, palpé a mi al rededor y descubrí el aparato de mediciones tirado en el suelo tal como en el sueño. Me sentía terriblemente cansado, esperé unos minutos recostado suponiendo que Albers vendría pronto a ver qué había sucedido con los registros.
   -¡Hola!
   Nadie respondía. Insistí. Finalmente me levanté con esfuerzo y busqué el interruptor de la luz, pero al dar con él, la luz no encendía. Abrí la puerta, pero estaba completamente oscuro, la luz aquí tampoco funcionaba.
   Algo había ocurrido mientras dormía. Con dificultad llegué hasta la recepción de la zapatería, estaba oscuro, era de noche, pero algo podía ver, noté que las vitrinas estaban vacías salvo por un par de zapatos huachos, al avanzar descubrí que todos los zapatos estaban repartidos por el suelo. Me abrí paso entre ellos y hasta la puerta, uno de los ventanales estaba roto, me extrañó notar que los trozos de vidrio se encontraban repartidos hacia dentro y afuera. Al otro lado de la calle no alcanzaba a ver el edificio de enfrente entre la oscuridad. A medida que me acercaba a la puerta el edificio comenzó a temblar, el movimiento se hizo más fuerte hasta que caí sobre los zapatos en el suelo. De golpe sentí que el edificio se desplazaba y el suelo comenzó a inclinarse. Traté de aferrarme a la recepción de madera tras de mí cuando sentí un estruendo justo delante, un enorme trozo de concreto había caído a penas unos centímetros al otro lado de la puerta de entrada destruyendo por completo la porción del suelo de adoquines.
   Aún sentía que el edificio se desplazaba mientras otros estruendos se escuchaban cerca, una nube de polvo comenzó a levantarse y el movimiento finalmente cesó. El edificio había quedado levemente inclinado, incluso la calle afuera estaba inclinada, salí por el ventanal, ya que el trozo de concreto no permitía más que entreabrir la puerta.
   -¡Hola! ¿Hay alguien?
   Nadie contestaba, caminé unos pasos hasta toparme con un arbusto en medio de la calle, qué hacía un arbusto en medio del barrio. Sin embargo tras intentar darle la vuelta y casi tropesar al vacío, noté que no era un arbusto, era la copa de un árbol yerguiéndose junto con todo un bosque desde bajo la calle partida en la mitad por una línea quebrada. No era que el edificio de enfrente no se viera, era que no estaba, se había perdido junto con todo el resto de la cuadra, o mejor dicho, el edificio de la zapatería se había perdido y estaba ahora en medio de un bosque quién sabe dónde, y yo junto con él.
   Recorrí lo que quedaba de calle mientras el polvo comenzaba a disiparse, pude ver que sólo estaba el edificio de la zapatería hasta su cuarto piso y parte de los dos edificios contiguos, como si alguien o algo hubiese arrancado selectivamente un trozo del barrio Nueva York y lo hubiese puesto en este bosque.
   En el borde del trozo de calle noté un bulto extraño, parecía una gran bola de piel lisa. Me acerqué y pude ver, bajo la tenue luz rojiza que provenía del cielo carente de luna, una figura humana regordeta. Estaba sentada en el borde con los pies colgando y meciéndose monótonamente, sus brazos gruesos y lisos de pura grasa inmaculada descansando sobre los muslos. Giró su cabeza hacia mí dejando ver unos enormes ojos sobre una pequeña nariz redondeada que apenas parecía comenzar a formarse, era la cara de un bebé, un bebé de al menos dos metros de estatura y 170 kilos. Sus ojos ingenuos se transformaron en profundos mientras me recorrían de pies a cabeza, y al posarse sobre mis ojos, pude oír su gravísima voz desentonando con el cuadro.
   -Éste es uno de esos momentos que no tienen que ocurrir, pero que tienen que ocurrir. ¿Cómo te llamas?
   -Roberto, ¿quién eres tú?
   -Mi nombre es Romug. Quién soy, yo soy el orígen.
   -¿Qué es eso, eres como una pitonisa?
   -No, digo, conmigo empezó el desastre.
   -No entiendo, ¿qué pasó aquí?
   -Una distorsión en el tiempo, quizás también en el espacio. Este edificio, dices, eso lo trajo.
   -No sé por qué tengo este tipo de sueños tan extraños cuando estoy en los experimentos.
   Volvió a mirar hacia el horizonte difuso en la oscuridad.
   -Esto no es un sueño, Roberto. No estás soñando.
   Me sobresaltó un momento, en efecto se sentía real, pero no lo era, no podía ser. Aún a mí no se me ocurría una forma ilógica de explicarlo. Me di la vuelta y decidí seguir explorando el lugar. Vacilé un momento y volví la vista a Romug.
   -¿Qué hacemos ahora?
   -Yo no tengo nada qué hacer. Tú espera que te vengan a buscar.
   Me asomé por el borde de la calle tratando de vislumbrar, en vano, el suelo del bosque. Apenas alcancé a escuchar algo parecido a un paso rápido tras de mí cuando sentí el golpe en mi espalda y caí, alcancé a ver por un instante la silueta delgada y alargada con afro parada al borde de la calle antes de despertar de un sobresalto que me botó del sillón de dentista. Había sido un sueño después de todo.

   -¿Albers?
   Miré mi reloj, había dormido tres horas y media, pero me sentía cansado como si no hubiese dormido en dos días.
   -¡Perfecto! Todo en orden señor Sáilinguer, puede retirarse si lo desea.
   Seguía en la sala de observación contigua, sonaba especialmente emocionado.
   -Buenas.
   -¡Adiós! Hasta luego. ¡Lo esperamos la próxima semana!