Latente, la sensación de que ya estábamos muertos. Las luces se apagaron de golpe. Poco a poco, la respiración comenzaba a agitarse mientras la angustia crecía en las pupilas cada vez más dilatadas.
De pronto la oscuridad comenzó a brillar suavemente, los rincones se convertían en neón azul cubierto de insectos inquietos y el aire mismo se tornaba fluorescente. Un ambiente gélido nos saludaba en nombre del fin. Y así nos quedamos, congelados sin que nadie hablara, como si acatáramos un horrible régimen invisible.
viernes, 14 de marzo de 2008
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